Aparte de los restos del acorazado U.S.S. Arizona, que ahora descansan bajo las aguas de Hawái, puede que sea el artefacto superviviente más impactante del ataque a Pearl Harbor por parte de Japón en 1941.
Espantosamente negro y elegante, el submarino de 23 metros de eslora y 40 toneladas, conocido sólo por su número de batalla asignado, HA-19, formó parte de la vanguardia de la flota japonesa, llegando a Hawái incluso antes de que cayera la primera bomba.
Sin embargo, esta reliquia de la Guerra del Pacífico no se encuentra en Hawái, donde fue arrastrado hasta la costa al día siguiente de aquella fatídica mañana, ni siquiera en el Museo Smithsonian (Washington DC). Si quieres visitar el HA-19, tendrás que viajar unos 6000 km desde Oahu (de hecho, a 1600 km del océano más cercano) hasta un museo situado justo al lado de la calle principal de Fredericksburg, Texas, una pintoresca ciudad de montaña de unos 12 500 habitantes.
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Cómo acabó HA-19 en una región conocida sobre todo por sus melocotones, pacanas y vino tempranillo es una historia de orgullo patrio, prestidigitación legislativa escandalosamente ingeniosa y el poder de un apellido famoso.
Punta de lanza
El 7 de diciembre de 1941, la armada japonesa lanzó seis portaaviones y 420 aviones sobre Pearl Harbor. Pero primero llegaron los submarinos: cinco mini submarinos de dos hombres, cada uno armado con un par de torpedos destinados a asestar los primeros golpes. Y ahora, en el corazón de Texas, me encuentro ante uno de ellos.
Montado contra una pared azul marino en el Museo Nacional de la Guerra del Pacífico, el HA-19 tiene un aspecto sorprendentemente imponente, teniendo en cuenta que siempre se ha hecho referencia a él como un submarino "enano". Un armatoste aerodinámico de acero con una sola hélice, que se asemeja a un torpedo de gran tamaño con una torre de control.
Como los pequeños submarinos tenían que salir a la superficie con frecuencia para tomar aire fresco, cuatro de ellos fueron avistados por buques patrulleros y destruidos con cargas de profundidad. Pero nadie en el mando tomó la presencia de estas naves como prueba de un bombardeo inminente.
Irónicamente, el HA-19 evitó la destrucción debido a una avería mecánica. Las baterías del submarino entraron en cortocircuito, emitiendo gases que amenazaron con matar a la tripulación de dos hombres. El suboficial jefe Kiyoshi Inagaki y su compañero decidieron abandonar el barco, nadar hasta la costa con cuchillos y entablar un combate cuerpo a cuerpo a muerte.
Sólo Inagaki llegó vivo a la orilla. Se arrastró hasta la arena y se desmayó. Cuando despertó, se encontraba frente a los fusiles de una patrulla estadounidense. Inagaki suplicó a los soldados que le mataran. No lo hicieron, y se convirtió en el primer prisionero de guerra japonés de la Segunda Guerra Mundial.
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Por moral y dinero
Pearl Harbor enfureció y humilló a Estados Unidos. Para elevar tanto la moral como el dinero a través de los bonos de guerra, el Gobierno de EE.UU. trajo el HA-19 a EE.UU. continental, lo montó en un camión de 18 ruedas y lo llevó por todo el país. Miles de personas acudieron a ver este premio de guerra.
En una pared del Museo de la Guerra del Pacífico hay una foto de la primera visita del HA-19 a Fredericksburg, en 1943, rodando por Main Street. Al fondo se ve el Hotel Nimitz, construido por el abuelo del hijo predilecto de Fredericksburg, el almirante Chester Nimitz, que resultó ser comandante de la Flota del Pacífico.
Tras la rendición de Japón, el héroe de guerra Nimitz regresó a Fredericksburg y el HA-19prácticamente desapareció de su vista. Estaba en el Navy Pier de Chicago cuando terminó la guerra, y la estación naval de Key West pidió su custodia. Estuvo expuesto allí durante varios años, y luego se trasladó a un lugar al pie del faro de Key West en 1964.
"Durante gran parte de ese tiempo estuvo hecho pedazos", me cuenta el Michael Hagee, general del Cuerpo de Marines retirado y presidente del Museo de la Guerra del Pacífico, mientras charlamos en la segunda planta de lo que antes era el Hotel Nimitz. Al igual que Nimitz, Hagee nació en Fredericksburg. También como Nimitz, es un militar de primer orden: ex comandante del Cuerpo de Marines.
En la década de 1980, un grupo de aficionados a la historia de Fredericksburg estaban reuniendo objetos para un museo en honor a Nimitz cuando encontraron el HA-19 oxidándose en Cayo Hueso. Casualmente, los administradores del faro de Cayo Hueso intentaban al mismo tiempo averiguar qué hacer con el HA-19, ya que no encajaba en la historia que intentaban contar sobre los faros y los Cayos. Le dijeron a la Marina de los EE.UU., que sigue siendo propietaria del submarino, que estarían encantados de darle a HA-19 un nuevo hogar en Texas. Y así, en 1991, el HA-19 emprendió un nuevo viaje por carretera, 2500 kilómetros desde la punta de Florida hasta la cresta de una colina de Texas.
Pero el poderoso senador de Hawái, Daniel Inouye, tenía otras ideas. Inouye, veterano condecorado de la Segunda Guerra Mundial, insistió en que el HA-19 regresara al lugar de su infame misión fallida y se expusiera en el Monumento Nacional de Pearl Harbor. El Servicio de Parques Nacionales, que mantiene el monumento, accedió y elaboró planes para llevarse el HA-19 de su hogar en Texas.
Pero, como vienen demostrando desde El Álamo, los tejanos no se rinden. En 1994 se iniciaron febriles negociaciones entre el Servicio de Parques, la Marina y el museo. Resultó que Fredericksburg tenía algunos ases en la manga. En primer lugar, estaba en posesión del HA-19. En segundo lugar, según Hagee, "teníamos los fondos para restaurar el submarino. El Servicio de Parques no".
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El Servicio de Parques también se topó con la inesperada resistencia de los grupos de veteranos, a quienes molestaba la idea de que un submarino japonés tuviera un lugar de honor a escasos metros de los restos del Arizona. También ayudó que la galería del museo de Texas que albergaba el HA-19 llevara el nombre del ex presidente George H. W. Bush, que cortó la cinta en la ceremonia de inauguración.
Pero Inouye insistió, apelando directamente al entonces Presidente Bill Clinton. "Si Clinton era algo, era el político consumado", dice Hagee. "Me dijo: 'Os diré una cosa. Demos todos un paso atrás, esperemos 10 años y luego lo revisaremos'. Por supuesto, Clinton sabía que para entonces él ya se habría ido de la Casa Blanca".
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Finalmente, en 1998, el Servicio de Parques dio su visto bueno a que el HA-19 permaneciera en Texas. Sin embargo, la legislatura tejana tiene preparado un poderoso plan B por si en el futuro la Casa Blanca intenta trasladar el HA-19. En algún lugar de la Casa del Estado de Texas, según le han dicho a Hagee, está el borrador de una ley que declara "que ningún submarino enano puede ser transportado por una carretera de Texas".
¿Y si los federales llegaran a Fredericksburg con un helicóptero para sacar el HA-19 del estado? El plan C ya está en marcha.
"Esa cosa está cementada en la Galería Bush", dice Hagee. "No va a ir a ninguna parte".
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