El 14 de abril de 1945 figurará por siempre entre las efemérides más bizarras de la historia naval. Ese día un submarino nazi fue destruido porque uno de los marinos no supo cómo tirar la cadena luego de ir al baño.
Empecemos por el principio. Se sabe: los submarinos eran una de las armas que enamoraron a Adolf Hitler. El líder nazi estaba convencido de que con esos sumergibles iba a destrozar el comercio internacional, que constituía uno de los pilares de sus enemigos ingleses y estadounidenses. Por eso los submarinistas gozaban de alta estima. Tenían, incluso, cierto aire aristocrático.
Para favorecer las operaciones, el ejército alemán buscó que sus naves no salieran tanto a la superficie. Si se asomaban al aire libre, había más posibilidades de que la aviación enemiga los detectara y destruyera. Y frente al objetivo de mantenerse todo lo posible bajo el agua, uno de los desafíos de diseño fundamentales era el tema del baño.
A esas profundidades, cualquier apertura es un riesgo
El baño, sí. Para expresarlo poéticamente: dónde poner el pis y la caca de las decenas de submarinistas que formaban la tripulación. Algunos prototipos tenían cámaras sépticas, pero ese añadido agregaba peso y por lo tanto afectaba las prestaciones del motor. La solución hi tech de los nazis fue incorporar un sistema de esclusas que, mediante el uso de palancas y manivelas, iba aislando "el material" hasta que lo expulsaba.
Para operar el complejo sistema sanitario hacía falta un técnico: a esas profundidades, la presión es tan grande que cualquier apertura deriva en el ingreso masivo de agua.
El incidente
Pues bien: el 14 de abril de 1945, el U-1206 del ejército alemán navegaba frente a las costas escocesas, cuando alguien -el mito afirma que fue el mismísimo comandante Karl-Adolf Schlitt- decidió ir al baño sin consultarles a los técnicos. El hombre hizo lo que tenía que hacer y luego trató de tirar la cadena. Lo hizo mal.
Empezó a entrar agua marina. Cuando llegó a las corridas el "técnico de inodoros", tocó la manivela errada. Litros y más litros de líquido empezaron a colarse por la esclusa hasta alcanzar las baterías, lo que hizo que se produjera un humo altamente tóxico que obligó a subir el submarino hasta la superficie para que la tripulación pudiera respirar.
Mala suerte, ya que justo encima tenían a la aviación enemiga. Desesperado, Schlitt ordenó a sus hombres que saltaran a los botes y hundieran el submarino, para que este no cayera en manos enemigas. Varios alemanes murieron y unos 46 fueron apresados por los ingleses.
Y así llega el final de esta historia de medianoche. La sensibilidad latina, que suele buscar los finales trágicos, conduce a pensar que el hombre se suicidó o vivió el resto de sus días en la oscuridad y la vergüenza. Pasó lo contrario. El capitán Schlitt presentó su informe, siguió su existencia de manera más o menos normal e incluso se involucró en política. Murió en 2009. Tenía 90 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario