Si tuviéramos que elegir el refrán más acertado para definir la situación actual sobre la producción de energía radioactiva y la fórmula elegida para almacenar sus desechos, sin duda sería aquel que dice: «Ojos que no ven, corazón que no siente». Verter en los océanos bidones de acero no constituye de forma alguna un vertedero seguro, y los depósitos excavados en las profundidades de la tierra tampoco, pues los gases que se acumularían harían estallar las rocas. Y enviarla al espacio, tal como algunos apuntan, denota sin lugar a dudas que no se tiene ni idea de cómo solucionar este problema.
Los peligros que se derivan a largo plazo para la humanidad son algo imprevisibles. Si actualmente alguien afirma que estas instalaciones son limpias, querrá decir que las emisiones de CO2 son bajas, claro está comparadas con una planta de producción de carbón. Sin embargo los verdaderos peligros que conlleva la producción de energía nuclear se barren bajo la alfombra.
No existe ningún depósito definitivo para los combustibles radioactivos. Hay lugares de almacenamiento provisional, pero ningún lugar de depósito definitivo. Es decir que no se sabe qué hacer con semejante cantidad de radioactividad. En el Atlántico-Norte se demarcó un área de unos 700 kilómetros cuadrados como lugar de depósito de basura nuclear, que se utilizó hasta el año 1982. La mayoría de la basura radioactiva procede de Gran Bretaña, con más de cien mil contenedores, de los Estados Unidos con 34.000 y de Suiza con 7.400, siendo la basura Suiza la más peligrosa. Además se vertieron miles de contenedores con basura radioactiva al Mar del Norte, 9000 barras de combustible nuclear calcinadas, más de 100 submarinos atómicos, barcos de guerra etc.
Y a pesar de que todo esto afecta a la humanidad directamente, es información que se procura ocultar completamente a la opinión pública, evitando así la posibilidad de poder realizar una meditada reflexión al respecto. Sin embargo las consecuencias podrían ser devastadoras para el medio ambiente y para nuestra salud. Qué duda cabe de que algún día esta bomba explotará generando una gran catástrofe para las generaciones venideras. Incluso si la humanidad dijera «a partir de hoy paramos», no conseguiríamos arreglar lo que ya se ha creado.
En el libro «Origen y formación de las enfermedades», de la editorial Vida Universal y que fue publicado hace casi 30 años, podemos encontrar qué dice al respecto la profecía para el tiempo actual, dada a través de Gabriele de Würzburg. Allí encontramos el siguiente párrafo: «Por una ocurrencia se construyeron las armas atómicas y los reactores atómicos. El agua refrigerante contaminada de los reactores atómicos fluye a los lagos y ríos, luego al mar. El resultado final es una contaminación sin precedentes de toda la Tierra: mueren plantas y animales, o bien los animales cambian sus genes y las plantas sus características. El agua se transforma en un pantano y los montones de basura en incubadoras de los llamados parásitos, virus y bacteria dañinas. Las enfermedades del tiempo venidero se basarán en su mayor parte en daños radioactivos que habrá que atribuir a la contaminación atómica del aire, de la tierra, de los lagos, ríos y mares. Los mismos alimentos y todo lo que el ser humano ingiere, también medicamentos y medicinas naturales estarán con el paso del tiempo contaminados. La nueva era se iniciará con la purificación de la Tierra, debido a que ésta en todos sus ámbitos estará ensuciada y contaminada por la radioactividad. Todo será renovado. Los hornos de la Tierra son los mares que se calientan debido a la irradiación atómica. La Tierra es la plancha de la cocina de los mares. Ella hará que muchas cosas hiervan. Aumentará la actividad volcánica y los cascos polares se derretirán».
Una vez más las advertencias procedentes del mundo divino fueron desoídas, incluso en la época en que se publicó este libro se oyeron risas y burlas sobre las mismas. Hoy día sin embargo cobran más sentido que nunca, pues lo manifestado se hace realidad y los mismos científicos confirman lo que en aquella época muchos no quisieron creer.
Ana Sáez Ramirez
Del programa: «Siembra y cosecha»
www.radio-santec.com
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