04 octubre 2021

El amor de un mártir de la guerra submarina

 Esta es la historia de un amor que permaneció bajo las aguas del océano Atlántico durante 136 años, en el interior del CSS Hunley, convertido en la tumba de ocho soldados confederados, mártires de la guerra submarina. Fueron los tripulantes del primer sumergible que protagonizó una acción de guerra exitosa. La suya fue una hazaña pírrica: lograron hundir un buque nordista, aunque su sacrificio solo ocasionó cinco bajas.

No era la primera vez que el Hunley sufría un hundimiento mortal. A diferencia de sus dos anteriores fracasos, su tercer y último naufragio dio lugar a una leyenda. Una leyenda de amor. El sumergible fue localizado cerca del puerto de Charleston en 1995 y rescatado en el 2000 (sobre su restauración, véase el video de abajo). Cuando abandonó el lecho marino, se descubrió que aquella leyenda era cierta. Pero antes de explicarla…

Los estadounidenses suelen decir que su país solo se prepara para la guerra una vez que se ha metido en el fango. Nunca esta afirmación fue más cierta que en la guerra de Secesión. A las puertas del conflicto, el Ejército era minúsculo: menos de 16.000 hombres. El general en jefe, el enfermizo Winfield Scott, de 74 años, se dormía en las reuniones. No había un Estado Mayor que mereciera ese nombre ni planes estratégicos.

Por no tener, el Norte no tenía ni mapas detallados del Sur y tuvo que comprarlos en una librería de Saint Louis, como explica James Mcpherson, el gran historiador de la herida de 1861-1865, autor de la canónica Battle Cry of Freedom. Los arsenales (tanto los confederados como los unionistas) tenían fusiles obsoletos, de cañón liso. Pero la Unión tenía muchas cosas que no tenía el Sur; entre otras, el control marítimo.

Mallory

Stephen R. Mallory 

 Library of Congress

La marina mercante del país, semillero de oficiales y marinos para una Armada que iba a experimentar un importante salto adelante por la guerra, abrazó de forma casi unánime la causa de la Unión, que además tenía prácticamente todos los astilleros en su territorio. Una de las primeras medidas que ordenó Abraham Lincoln fue el bloqueo de los puertos confederados. ¿Qué hacer? La Confederación no tenía una flota a la altura.

A medidas desesperadas, respuestas desesperadas. A falta de recursos materiales, la Marina sudista tenía un ministro muy fogoso (incluso demasiado para la sociedad bienpensante de Richmond, que le afeaba su inclinación por los burdeles y las casas de moral distraída). Stephen R. Mallory, sin embargo, logró un milagro y creó una Armada desde cero, a sabiendas de que nunca podría competir directamente con la nordista.

La desproporción de recursos era tal que Mallory, antiguo senador por Florida, concentró sus esfuerzos para obtener el máximo rendimiento. Compró remolcadores y navíos fluviales, que transformó en cañoneras. Hizo colocar centenares de minas a la entrada de los puertos, que dañaron o hicieron naufragar a un total de 43 barcos de la escuadra nordista. Y, sobre todo, dio un impulso decisivo al futuro: los submarinos.

“Hasta el mejor escritor tiene un borrón”, decía el autor del Quijote, una maravilla que no pierde brillo por deslices como “entró dentro”, “salió afuera” o “los sucesos que sucedieron”. Viene esto a cuento de un lapsus del merecidamente ya elogiado James Mcpherson cuando comenta el destino del malhadado CSS Hunley  (arriba, un vídeo de una de sus réplicas). El navío, dice Mcpherson, naufragó en 1864 “por cuarta y última vez”.

El general Beauregard y Horace Hunley

El general Beauregard y Horace Hunley 

 DP

En realidad, el Hunley no necesitó ese cuarto hundimiento para pasar a la historia. Solo se fue a pique en tres ocasiones. Tras cada desastre, menos el último, fue reflotado y puesto de nuevo en servicio, a pesar de que el general sudista Beauregard, que por entonces estaba encargado de la defensa de Charleston, en Carolina del Sur, llegó a decir que era más peligroso “para la propia tripulación que para el enemigo”. 

Sabemos incluso los nombres de las 21 víctimas de sus tres zozobras. La primera fue la única con supervivientes (Charles Hasker, John A. Payne y William Robinson), pero los restantes cinco tripulantes hallaron la muerte. Fue en una inmersión de prueba en el puerto de Charleston, el 29 de agosto de 1863. El ingeniero Horace Hunley, el diseñador del submarino, decidió embarcarse en el siguiente ensayo. Fue lo último que hizo.

Lee también

El Hunley, un ataúd ambulante

ANABEL HERRERA
Cuadro de 1863 de Conrad Wise Chapman en el que aparece el H. L. Hunley.

Había que ser valiente para embarcarse, y más después de lo que les pasó a sus predecesores. Horace Hunley, que daba nombre a aquella lata de sardinas, a aquel ataúd ambulante, fue aceptado a bordo, a pesar de que no era militar. Los hombres que accionaban las manivelas para hacer girar la hélice no podían ni ponerse de pie. Apenas 44 días después del primer descalabro, el 15 de octubre de 1863, el Hunley volvió a intentarlo.

Otro desastre, esta vez sin supervivientes. Se hundió, pero no emergió. Una multitud presenció la tragedia. La nave no fue izada hasta el 7 de noviembre. Además del diseñador, murieron Robert Brockbank, Joseph Patterson, Thomas W. Park, Charles McHugh, Henry Baird, John Marshall y Charles Sprague. La Confederación ya había perdido antes los submarinos PioneerAmerican Diver, pero este fue especial por muchos motivos.

Réplica del 'Pioneer' y planos del 'American Diver'

Réplica del 'Pioneer' y planos del 'American Diver' 

 TFH

Su caso no fue el primero, pero sí el más dramático. Pocos barcos han pasado a la historia por tantos naufragios. Y el destino aún le había reservado otra desgracia. Anabel Herrera ya ha explicado con todo detalle en Historia y vida la tercera y postrera misión del submarino, que se fue a pique el 17 de febrero de 1864 con el triste consuelo de haber hundido uno de los buques que bloqueaba Charleston, el USS Housatonic.

Cinco de los 155 marineros del barco murieron. No sabemos nada de ellos, pero sí muchas cosas de los ocho ocupantes del submarino, en especial de su comandante, que permaneció en el fondo del mar hasta el 8 de agosto del 2000, cuando una compleja operación permitió rescatar sus restos y los de sus hombres. Antes de que les dieran sepultura, se escribió el último capítulo de una historia de amor truncada hace 136 años.

La moneda del teniente Dixon

La moneda del teniente Dixon (el reverso está ampliado) 

 TFH

El teniente George Dixon había pasado de capitanear un barco de vapor en el Misisipi a comandar el Hunley. Aunque era oriundo del Norte, la guerra le sorprendió en Mobile, Alabama, y luchó en las filas confederadas en la batalla de Shiloh en 1862. Una leyenda sostenía que se salvó de milagro gracias a una moneda de oro de 20 dólares que le regaló su prometida. Fue un amuleto providencial: frenó una bala que pudo haberle matado.

Parecía demasiado hermoso para ser cierto, pero aún faltaba por contar el final de la historia. Cuando el pecio fue rescatado e inhumados con honores sus tripulantes, el submarino fue restaurado. En su interior apareció una moneda de oro. La hallaron los arqueólogos que participaron en los trabajos. Estaba abombada, sin duda por una bala. Y lucía una inscripción: “Shiloh, 6 de abril de 1862. Mi ángel de la guarda, G.E.D”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario