La del B-5 no es la típica historia de un submarino que se hundió combatiendo contra innumerables enemigos, pero, a pesar de todo, su leyenda bien podría haber servido de inspiración para un guión de la factoría Hollywood. Y es que, en octubre de 1.936 -en plena Guerra Civil-, este sumergible de la Armada republicana desapareció misteriosamente mientras patrullaba las costas de Estepona (Málaga)por causas que, a día de hoy, siguen siendo un enigma.
De esta embarcación sólo queda en la actualidad el recuerdo de los 37 marinos que, presumiblemente, fallecieron en su interior y, como no podía ser de otra forma, varias conjeturas sobre las causas de su desaparición. Así pues, las teorías más barajadas a lo largo de la historia afirman que el submarino fue destruido por un hidroavión sublevado o que, incluso, fue hundido deliberadamente por su capitán -partidario del alzamiento militar-, para evitar que fuera utilizado por la República. Sucediera lo que sucediese, lo único cierto es que han pasado ya 77 años desde que el B-5 se marchó dejando tras su popa una estela de intrigas e incógnitas.
La primera página en la historia de este sumergible se escribió hace casi cien años, época en la que España dio un paso de gigante al ordenar la creación de los primeros submarinos de la conocida como «clase B». «Estos buques fueron los primeros sumergibles de serie construidos en España. Su origen tiene lugar en la aprobación de la Ley del 17 de febrero de 1.915 (…). En dicha disposición, además de otros buques, se proyectaba la construcción de un total de 28 sumergibles (…) por un montante total de 110 millones de pesetas de la época. De este proyecto surgirían los seis submarinos clase B», afirma el experto en historia Dionisio García Flórez en su libro «Buques de la Guerra Civil española. Submarinos».
En base a esta normativa, los astilleros de Cartagena iniciaron la construcción de los seis submarinos militares de «clase B», los cuales, aunque se caracterizaban por sus escasas dimensiones (apenas64 metros de eslora por 5,6 de manga), contaban con un fuerte armamento para la época. «Disponían de cuatro tubos lanzatorpedos de 450 mm, dos a popa y dos a proa. (…) Como armamento de cubierta llevaban un cañón Vickers de 76,2 mm», completa el autor en su texto.
Hubo que esperar hasta 1.921 para que la Marina recibiera su primer submarino de «clase B», el cual fue bautizado con el nombre de B-1. Tras este, y a lo largo de 5 años, la Armada recibió 5 sumergibles más, entre los que se encontraba el B-5. A partir de entonces, este buque quedó asignado a la División de Instrucción de Submarinos de Cartagena, donde se limitó a participar en todo tipo de ejercicios y actos protocolarios. Y es que, por aquellos años, la paz reinaba -relativamente- en las aguas españolas.
Durante los siguientes años la normalidad fue el único enemigo al que tuvo que hacer frente la flota de submarinos, la cual recibió en 1.928 seis nuevos sumergibles de la «clase C». Años después, con la llegada de la República, estas naves serían dispersadas entre las principales bases navales españolas.
«Estos doce submarinos estaban repartidos en dos flotillas: la de Cartagena, con base en este puerto principal, y la de Baleares. En la primera figuraban los seis submarinos de clase C y los B-5 y B-6, al mando de un capitán de fragata. La de Baleares, basada en Mahón, disponía de los cuatro submarinos restantes de la clase B, a cargo de un capitán de corbeta», explican el almirante Gonzalo Rodríguez Martín-Granizo y el contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro en su obra «Submarinos republicanos en la Guerra Civil española».
No obstante, los franquistas sabían que, una vez iniciada la revuelta, era de vital importancia transportar a sus tropas hasta la Península, algo que únicamente podían hacer a través de aviones y navíos. Por ello, contactaron con los principales capitanes y oficiales de la Marina española, a los que pidieron que se sublevaran o que, como mínimo, se mantuviesen neutrales en el conflicto y no atacaran con sus buques los transportes que trasladarían a las tropas franquistas desde África hasta España.
De esta forma, y bajo el clima de incertidumbre existente en la Marina, el 17 de julio de ese mismo año los planes rebeldes se llevaron a la práctica y se dio el pistoletazo de salida para la sublevación. Ahora, los capitanes y oficiales de los diferentes buques y submarinos se veían obligados a elegir un bando. Acababa de iniciarse, en definitiva, la Guerra Civil y, a partir de ese momento, la sangre de unos y otros correría a raudales dejando una mancha rojiza imborrable en la Historia española.
Apenas un día después de iniciarse el levantamiento militar, eldesconcierto cundió entre las bases navales españolas. De hecho, esa misma noche la República ordenó un avance total sobre Gibraltar con la intención de impedir que los sublevados trasladaran a sus tropas hasta el sur de España. La flota de submarinos de Cartagena, en la que se encontraba el B-5, fue de las primeras en recibir la orden de partir.
«La madrugada del día 18, la flotilla de los submarinos de Cartagena recibió órdenes por su conductor reglamentario de salir urgentemente con torpedos a cruzar la costa entre el cabo de Gata y el estrecho de Gibraltar; (…) En cumplimiento de esta orden (…) salieron de la base los submarinos C-1, C-3, C-4 y C-6, a los que se unió en la mar el B-6. Mientras tanto, en Cartagena se preparaban febrilmente los restantes buques que componían la flotilla para incorporarse a ella tan pronto como estuvieran listos», determinan los marinos españoles en su escrito.
Eran momentos de tensión para el gobierno de la República, que sabía de la afinidad de varios oficiales con el alzamiento. Por ello, desde Madrid se enviaron órdenes muy concretas a los sumergibles: debían comunicar su situación geográfica cada pocas horas. De esta forma, se pretendía evitar que algún capitán tomara la decisión de desviar sutilmente su rumbo y huir hasta la zona controlada por los sublevados.
Mientras, dentro de una inmensa mole de metal y sumergidos varios metros en el mar, la tensión crecía entre los tripulantes ya que, mientras que la mayoría de oficiales apoyaban a los rebeldes, la marinería tendía a ser leal a la República. «El ambiente entre las dotaciones era tenso y, después de las últimas conversaciones sostenidas en la base, la mayoría de los jefes y oficiales estaban decididos a no oponerse al paso de los transportes», completan los altos cargos de la Armada. Sin embargo,el paso de las horas dejó claro que muchos de los oficiales de los submarinos eran ideológicamente afines a la sublevación, pues, entre otras cosas, comenzaron a retrasar la ejecución de las órdenes gubernamentales. De hecho, llegaron incluso a simular averías para evitar torpedear navíos nacionales. Al parecer, esto fue demasiado para las dotaciones de los sumergibles, que decidieron obviar la cadena de mando y tomar por la fuerza las naves.
«La mayoría de los oficiales y comandantes fueron arrestados sin derramamiento de sangre en los primeros dos o tres días tras los hechos de (…) julio, aunque muchos de ellos, trasladados a los buques-prisión o a los penales, como el del castillo de La Mola, fueron posteriormente fusilados», señala, en este caso, Flórez. Con todo, y a pesar de que ya no contaban con un superior experto en el arte de la navegación, los tripulantes lograron mantener los sumergibles en poder de la República.
Por su parte, y mientras la flota principal de submarinos se debatía entre el alzamiento y la lealtad a la República en mar abierto, el B-5 se encontraba amarrado en Cartagena, pues necesitaba reparar su ya maltrecho y viejo casco. Sin embargo, el encontrarse en puerto no libró a su tripulación de mantener un duro combate contra los partidarios de la sublevación, ansiosos por tomar la base.
«El B-5 (…) vivió (en Cartagena) la sublevación y aplastamiento de la misma sin intervenir, ya que varios de sus oficiales y tripulantes fueron destinados a otros buques operativos. El submarino, al igual que todos los demás, quedó en poder del gobierno republicano», señala el experto español en su obra.
Con todo, la revuelta fue sofocada sin mayores dificultades en esta zona y, a los pocos días, la tripulación del B-5 envió un mensaje al gobierno informando de que seguían a las órdenes de la República: «Submarino B-5 ruega hágase extensivo a periódicos y Centros del Frente popular, que toda la dotación se encuentra sin novedad, siguiendo una patriótica y leal adhesión a la República, sin que ni por un solo momento decaiga en ellos este espíritu, y encontrándose dispuestos a luchar hasta ver derribados a los enemigos de la República y de nuestra Madre España. Ánimo camaradas, en defensa de la República, que para nosotros es el triunfo. ¡Viva la República!».
A su vez, y ante la escasez de oficiales con experiencia afines a la ideología gubernamental, se entregó el mando del submarino al capitán de corbeta Carlos Barreda Terry, quien destacaba por ser un conocido partidario de la sublevación militar. Sin embargo, y debido a su tendencia política, el oficial quedó bajo la estricta supervisión de un comité político enviado por la República.
Curiosamente, el permitir a los oficiales partidarios del alzamiento dirigir bajo supervisión un submarino se hizo habitual debido a la imperiosa necesidad de mandos. «Muchos oficiales aceptaron el mando pensando que podía ser una buena oportunidad para escapar y pasarse al otro bando, bien ellos mismos o llevando consigo la nave; otros, en cambio, estaban dispuestos a sacrificarse hasta el final impidiendo que su buque siguiese al servicio de su enemigo», completa Flórez. Desde ese momento, y durante casi tres meses, el B-5 se dedicó principalmente a patrullar el Estrecho.
Unos meses después, en octubre, el destino acabó con los 37 desafortunados tripulantes del viejo B-5. El sumergible se encontraba entonces de patrulla por aguas malagueñas cuando, de improviso, dejó de retransmitir su posición. A partir de ese momento,jamás se volvería a conocer su paradero. Casi se podría decir que se esfumó pues, a día de hoy, la historia no ha conseguido aclarar cual fue el trágico final que se llevó al fondo del mar la nave.
La primera teoría, y la más extendida, determina que un avión pudo haber enviado al fondo del mar al B-5 después de un encontronazo fortuito sucedido el día 12 de ese mismo mes. Al parecer, durante aquella jornada la nave navegaba en superficie cuando repentinamente avistó un hidroavión Dornier perteneciente al bando sublevado. Casi de forma automática, el submarino se sumergió para evitar ser atacado, pero ya era tarde, pues el aeroplano había detectado al enemigo y, momentos después de la inmersión, lanzó varios proyectiles sobre su objetivo.
«El 12 de octubre, el submarino se hallaba en superficie, de patrulla, a la altura de Estepona, cuando fue avistado por un hidro D-4 que pilotaba el teniente de navío Ruíz de la Puente. El B-5 se sumergió inmediatamente y el hidro realizó varias pasadas sobre el lugar lanzando una carga de profundidad y varias bombas de 50 kg. Otro Dornier Wal se unió al ataque, pero ya no pudieron volver a ver al submarino, sólo una gran mancha de aceite», determina Flórez en su libro.
Sin embargo, también existe la teoría de que Barreda, firme defensor de la sublevación, decidió hundir el submarino consigo dentro para evitar que fuera utilizado por los republicanos. Esta opción parece ser la más acertada para el almirante Gonzalo Rodríguez y el contralmirante José Ignacio González los cuales, en su obra, afirman que el B-5 no sólo no sufrió ningún daño el día 12, sino que pudo volver a Málaga tres jornadas después.
«La acción del día 12 no tuvo consecuencias, Carlos Barreda (…) una vez de regreso a la base de Málaga, puso a su mujer Josefina (…) un telegrama fechado el 15 de octubre con el texto siguiente: “Estoy bien abrazos = Carlos”. El mismo día le escribía (…) una carta en la que (…) le comunicaba textualmente: “Estamos pendientes de salir para ahí (Cartagena) otra vez. Yo creo que a los dos días o tres de días de recibir esta carta estaremos en Cartagena para reparar otra vez”», explican ambos marinos.
De esta forma, tanto Rodríguez como González afirman que Barreda pudo haber decidido suicidarse y hundirse con su barco, cosa que, incluso, ya había amenazado con hacer delante de algunos compañeros. Para ello, los marinos se basan también en la declaración jurada de uno de los oficiales que, posteriormente, trataron de poner luz sobre este misterio: «En la declaración del capitán de navío Enrique Manera (…) se especifica claramente la posibilidad de que la pérdida se debiera a la decisión del capitán (…) de hundirse con el buque».
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