Cuando Monturiol finaliza,
por falta de presupuesto, la aventura del Ictineo
II (1868) termina también uno de los primeros intentos de construir un
submarino científico y no militar
(aunque para intentar venderlo Monturiol tuvo que proponer un modelo militar).
Si bien existía una larga tradición de buques oceanográficos que exploraban en
mar como el Beagle de Darwin, o el Challenger, o que se interesaban por los
fondos marinos como el Travailleur, el Talismán, el Hirondelle o el Princess
Alice, aún se tardaría un poco en perfeccionar un submarino que fuera
específico para las expediciones cientoficas ya que su construcción y
aportación de dinero solían provenir de los Minsterios de Guerra y Marina.
Entre los sumergibles
construidos para realizar trabajos de exploración científica destacaba el
submarino Pino, fabricado en 1903 en Italia, que podía descender
hasta 150 metros y era utilizado para buscar barcos hundidos. Su casco ovoide
alargado, de cinco metros de largo y tres de ancho, avanzaba impulsado por una
hélice propulsora central y por dos laterales, que eran accionadas mediante
energía eléctrica. Al llegar al fondo, se deslizaba por medio de una rueda y se
podía suspender o posar en un punto determinado gracias a una barra de plomo
que era manejada desde el interior. Contaba además con un par de pinzas para
recoger muestras. La principal característica de éste es que resulta fácilmente
maniobrable en aguas someras.
El diseño de los submarinos
de investigación científica se fue perfeccionando cada día más, de acuerdo con
los programas de estudio para los que serán utilizados. Así, los científicos
contaron pronto con una variedad de modelos que han ido venciendo las grandes
presiones existentes en los fondos oceánicos, lo que permitirá al hombre explorar
en el futuro todas las profundidades. Si se considera que este avance, que le
ha permitido pasar de los 200 metros de profundidad a los 11 000, sólo se ha
llevado tres décadas, la perspectiva de lograr conocer todo el fondo oceánico
se puede estimar como una realidad.
Nacho Padró
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