22 marzo 2021

La increíble vida del submarino Hunley, el ataúd ambulante

 El sol acababa de ponerse aquel 17 de febrero de 1864 en la bahía de Charleston, Carolina del Sur (EE. UU.), cuando ocho corpulentos hombres tomaron sus posiciones en el claustrofóbico submarino.

El H. L. Hunley se hizo mar adentro únicamente propulsado por la fuerza de aquellos defensores de la causa confederada en plena guerra de Secesión americana.

Faltaban quince minutos para las nueve de la noche cuando John Crosby, oficial de guardia del buque unionista Housatonic, atisbó con sus prismáticos algo en el agua. Al principio creyó que era un delfín, hasta que, incapaz de identificar aquella sombra, dio la alarma. El capitán del navío, Charles Pickering, ordenó abrir fuego contra aquel objeto extraño que se les acercaba sigilosamente.

Recreación del Hunley (Daniel Dowdey).

Recreación del Hunley (Daniel Dowdey).

Ni las armas ligeras ni los cañones disuadieron al Hunley de su cometido. El submarino estrelló un arpón al que habían acoplado un torpedo con 50 kg de pólvora cerca del timón y la hélice del Housatonic. Según las primeras teorías, retrocedió y, cuando se hallaba a unos cincuenta metros de distancia, accionó el mecanismo de detonación. La explosión casi ni se oyó.

A los cinco minutos, apenas asomaba nada del Housatonic. El agua había penetrado con rapidez por una enorme brecha. Los tripulantes subieron a los botes y remaron en dirección al Canandaigua, otro buque unionista, para pedir ayuda. Cerca de las nueve y media de la noche, el capitán, Joseph Green, y sus oficiales partieron en busca de los hombres que aún luchaban por sobrevivir en el agua. Perdieron la vida cinco de ellos.

Aquella noche, el Hunley entró en los libros de historia como el primer submarino que lograba hundir un buque de guerra. Pero ¿qué fue de él? Nadie lo volvió a ver hasta 131 años después.

Un cerco difícil de romper

El Hunley se construyó en la primavera de 1863 en Mobile, Alabama, a instancias de Baxter Watson y James McClintock, socios en un taller mecánico de Nueva Orleans, y Horace Lawson Hunley, un acaudalado abogado de Louisiana.

El artilugio, de forma cilíndrica (12 m de largo y tan solo 1,2 de ancho y alto) y 10 toneladas de peso, se transportó en tren hasta Charleston para prestar apoyo a la flota del general Pierre Beauregard en la ardua tarea de destruir los barcos unionistas.

El ataúd ambulante

El Hunley tuvo un comienzo poco auspicioso. En poco tiempo, se hundió dos veces. La primera se debió a la inexperiencia del comandante John Payne. Una cuerda se enmarañó en la escotilla y la abrió, dejando que el agua entrara en el submarino. Murieron cinco de los seis tripulantes, entre ellos Payne.

La segunda también fue por un error humano. Esta vez Hunley hizo una inmersión de práctica aprovechando que el responsable del aparato estaba ausente. Nadie sobrevivió. No es de extrañar, pues, que el submarino fuera apodado "ataúd ambulante", "ingenio diabólico" o "máquina asesina". Por la ciudad circulaba el rumor de que “se hundía en un abrir y cerrar de ojos, y a veces, antes”.

Dibujo del USS Housatonic (Dominio público).

Dibujo del USS Housatonic (Dominio público).

El curtido teniente George Dixon convenció a Beauregard para que rescatara el Hunley del fondo del mar una vez más y le proporcionase siete tripulantes para una nueva misión. Durante semanas, los corpulentos hombres se entrenaron en la que se convertiría en la primera academia de submarinos del mundo.

También fueron pioneros en la inmersión prolongada: llegaron a permanecer 2 horas y 35 minutos bajo el agua. Noche tras noche se sumergían para tratar de hundir algún barco enemigo. Lo consiguieron aquella gloriosa noche de febrero.

En busca del submarino

Durante décadas, fueron muchos los que intentaron encontrar el Hunley. Hubo quien dio con sus restos, pero no lo pudo demostrar con pruebas sólidas. Sí lo haría el caza tesoros y multimillonario escritor de best sellers Clive Cussler, que sufragó íntegramente las expediciones de su equipo con la venta de sus libros.

La primera de sus tres expediciones a la bahía de Charleston tuvo lugar en el verano de 1980. El espectro de especialistas involucrados no pudo ser más dispar. Había incluso una parapsicóloga que se sentaba en la proa del yate para intentar sintonizar con el emplazamiento del submarino a base de trances.

Pese a cubrir una cuadrícula de 800 m de largo (desde la isla de Sullivan, en la entrada al puerto de Charleston, hasta media milla mar adentro) no hubo suerte. Una cosa estaba clara: el Hunley no se había hundido cerca de la playa.

La segunda expedición, llevada a cabo el verano siguiente, recorrió 25 kilómetros cuadrados a partir del punto donde lo dejaron la vez anterior. Mientras buscaban alguna anomalía que sugiriera el hundimiento de un submarino, aparecieron otros barcos naufragados durante la guerra civil.

Entre ellos, el acorazado Keokuk, alcanzado 92 veces por los cañones confederados; el unionista Weehawken, único acorazado que derrotó a otro durante la guerra; y el Stonewall Jackson, un burlador de bloqueos confederado que se fue a pique en su intento de entrar en Charleston.

Timón de dirección del Hunley (Friends of the Hunley).

Timón de dirección del Hunley (Friends of the Hunley).

A excepción de estos hallazgos, "la búsqueda resultó tan estéril como la agenda de un ermitaño", se lamentó Cussler. Por eso no se reemprendió hasta trece años después, en el verano de 1994. Tras rastrear sin éxito una zona de 16 kilómetros cuadrados, el caza tesoros volvió a su casa en Colorado, pero contrató a los arqueólogos submarinos Ralph Wilbanks y Wes Hall para que siguieran indefinidamente con la búsqueda en sus ratos libres.

Al fin, el 4 de mayo de 1995, el Hunley apareció, intacto, a 1 km al sudeste del Housatonic. No se había hundido justo después de hacer explotar el torpedo, pero tampoco había tenido tiempo de llegar a la costa. Lo que realmente pasó lo intentaría revelar un equipo de profesionales a cargo de William Dudley y Robert Ney­land, directores de los departamentos de Historia y Arqueología de la marina estadounidense, respectivamente, tras una feroz batalla por la propiedad del submarino.

Las voces que reclamaban su pertenencia eran las de los descendientes del hombre que rescató el Housatonic y otras procedentes del estado de Alabama, donde se construyó. Irónicamente, el único que se desvinculó del asunto fue su descubridor, Cussler. "Solo deseaba volver a casa y empezar a investigar el paradero de otro naufragio", comentaría.

Rescate a ciegas

Arqueólogos, restauradores, geólogos, electroquímicos, ingenieros, microbiólogos… Durante los cinco años posteriores al descubrimiento todos ellos realizaron investigaciones in situ del artilugio, conservado en buen estado. No obstante, el agua turbia dificultó enormemente las tareas. Sin apenas visibilidad, los buzos solo podían guiarse por el tacto.

Tras aspirar el equivalente a 115 cargas de camión de arena y barro, se constató que el Hunley era tecnológicamente más avanzado de lo que indicaban los registros históricos. La proa, por ejemplo, ofrecía poca resistencia al agua (un factor determinante para ganar velocidad) gracias a su ligera concavidad.

Mientras, expertos de todo el mundo presentaron propuestas para izar el artefacto de una sola pieza. Los ganadores, un equipo de la empresa Oceaneering International, idearon un sistema tan simple como caro. Con un costo estimado de 2,7 millones de dólares, consistía en levantar el submarino con una grúa. El sumergible descansaría en una especie de hamaca y estaría amarrado a ella con arneses cubiertos con bolsas de espuma de poliuretano para evitar dañarlo.

Análisis del grado de corrosión del casco (Friends of the Hunley).

Análisis del grado de corrosión del casco (Friends of the Hunley).

El 8 de agosto de 2000 centenares de espectadores vieron en directo cómo el Hunley emergía a la superficie. El submarino se trasladó al Centro de Conservación Warren Lasch, laboratorio arqueológico con sede en Charleston. Allí se sumergió en un tanque de agua de más de doscientos mil litros para reducir al mínimo la actividad de las bacterias y la corrosión y para emprender el proceso de desalinización.


Alzamiento del submarino (Friends of the Hunley).

Alzamiento del submarino (Friends of the Hunley).


La excavación y el análisis del Hunley arrojaron pistas sobre los acontecimientos ocurridos aquella noche de 1864. En una primera fase, se llevó a cabo un estudio cartográfico. Mediante la tecnología de escaneo en tres dimensiones por láser Cyrax se obtuvo un modelo exacto del sumergible. Luego se extrajeron los sedimentos del tanque, lo que permitió revisar cómo estaban fijadas las placas de hierro del casco y observar la ubicación de la maquinaria, como el eje de la hélice y el control de dirección.

Una vez dentro del submarino, se recuperaron los restos de la tripulación, sus objetos personales (botones, ropa, amuletos...) e instrumentos de navegación. En la última fase, se excavó a mano todo el material sólido para examinarlo en detalle con posterioridad.

¿Pistas que despistan?

Todo parecía indicar que el teniente Dixon y su tripulación murieron en sus puestos por falta de oxígeno, y no ahogados por el agua. Otra conclusión a la que llegaron los expertos fue que el submarino acabó en el fondo del mar al ser golpeado por el Canandaigua cuando este acudía al rescate del Housatonic.

El hallazgo de una linterna, por ejemplo, parecía confirmar la teoría de que los tripulantes del Hunley habían hecho señales a sus compañeros de la orilla cuarenta minutos después de derribar el buque unionista, un dato referido en documentación de la época.

Estudios posteriores han descartado el papel del Canandaigua en el hundimiento del Hunley, al no comprobar desperfectos en su casco. En cambio, surgió la hipótesis de que la tripulación del submarino murió en realidad en el momento de la explosión.

Tareas de restauración del submarino (Friends of the Hunley).

Tareas de restauración del submarino (Friends of the Hunley).

En los restos de los tripulantes, sentados en sus puestos, no se encontraron traumatismos óseos, y al parecer la bomba para achicar el agua de la nave no se accionó, lo que hace sospechar que ya estaban muertos cuando se hundió el Hunley. El hallazgo en 2013 de un anclaje de cobre en el extremo del arpón apuntaba a que el torpedo estaba directamente fijado a este, es decir, a menos de cinco metros de la explosión.

Con estos y otros datos, un equipo de la Universidad de Duke realizó simulaciones en 2017 y llegó a la conclusión de que los tripulantes habrían sucumbido al instante. Su investigación señalaba a lesiones masivas en los tejidos blandos a causa de la onda expansiva, al estar demasiado cerca del estallido y tener el casco del Hunley escaso grosor. Arqueólogos del departamento de historia de la Marina discrepan de los resultados.

Mientras los estudios se suceden, las labores de conservación siguen copando esfuerzos, tiempo y dinero. De momento, el Hunley continúa en un tanque en el laboratorio que lo acoge, el Centro de Conservación Warren Lasch, donde es posible visitarlo, con la preceptiva mascarilla, en una ruta limitada a los fines de semana.

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