12 de diciembre de 1936, el sumergible republicano C-3, bajo el mando de Antonio Arbona, surca las aguas mediterráneas en superficie, a siete kilómetros del puerto de Málaga, con una grave avería en el motor y las baterías; al amparo de varias embarcaciones españolas y de un destructor británico cercanos.
El puerto, con parte de la flota republicana anclada allí, le otorgaba protección contra ataques de superficie y en resumen de cualquier tipo, teniendo en cuenta que todos los submarinos españoles estaban en manos republicanas, y que había un embargo de armas sobre las dos Españas
Todo ello, aporta a la tripulación una falsa sensación de seguridad, traducido en la ausencia de una guardia efectiva, permitida por la falta de un mando competente a su timón, causada por las purgas y deserciones de la oficialidad del arma submarina leal, pues en su gran mayoría eran simpatizantes golpistas.
En definitiva, un blanco perfecto, cuya única protección era la disuasión de la base naval cercana y la errónea suposición de que el bando nacional o sus aliados, no violarían las leyes de la guerra. Sin embargo, la Operación Úrsula demostraría todo lo contrario.
La operación Úrsula
Tras varias peticiones infructuosas de personalidades franquistas al gobierno alemán para conseguir su apoyo naval; la entrevista en octubre de 1936, entre el Führer y el Conde Ciano, dio como fruto el envío de dos sumergibles de cada nación para patrullar las costas republicanas, aprovechando así para entrenar a las tripulaciones de los U-boot, para la futura guerra europea.
Este envío se realizaría enmarcado en el Ejercicio de entrenamiento Úrsula -bautizado así en honor de la hija del almirante Dönitz, comandante de la Ubootwaffe-; aprobado el 2 de noviembre por el OKM[1], cuyas órdenes eran atacar a los buques republicanos, siendo objetivos principales, el acorazado Jaime I y los cuatro cruceros.
Coordinado por el Konteradmiral Hermann Böhm, se realizaría en absoluto secreto. Los submarinos ocultaron sus insignias nacionales -aunque si emergían enarbolarían la insignia naval inglesa-, silencio so pena de muerte, y ningún barco aliado, ni el Alto Mando nacional fueron avisados de ella. En caso de emergencia, podían refugiarse en la base naval italiana de la Maddelena (Cerdeña). Huelga decir que Úrsula conllevaba un alto riesgo diplomático para Alemania, e incluso podía provocar un conflicto con Francia y Reino Unido.
Las patrullas serían realizadas por submarinos alemanes e italianos, en turnos alternos de dos semanas. En el caso de Úrsula, los germanos realizarían la del 30 de noviembre al 11 de diciembre.
Dos submarinos del tipo VIIa de la 2ª Flotilla, serían los escogidos para la misión: el U-33, destinado al sector cabo de la Nao – Cabo de Palos, y el U-34, al sector cabo de Palos – cabo de Gata, capitaneados por los veteranos Kapitänleutnant Kurt Freiwald y Harald Grosse respectivamente.
El hundimiento del C-3
A pesar de patrullar las costas de un país en guerra, las ocasiones en que ambos submarinos encontraron blancos fueron escasas, y tampoco pudieron cobrarse sus presas, por la dificultad para identificar posibles objetivos, el miedo a ser descubiertos y el mal funcionamiento de sus torpedos.
Sin embargo, aquel día, el 12 de diciembre, a las 14:19, ya de camino a Alemania, la suerte cambiaría radicalmente para Grosse. Navegando a profundidad de periscopio, localizó al descuidado C-3.
A pesar de la poca conveniencia del ataque: demasiado cerca de la costa, varias embarcaciones próximas y una pésima posición de disparo; las ansias de la tripulación por no regresar a casa sin ninguna victoria en su haber, provocaron que Grosse ordenara disparar un torpedo, sumergiéndose inmediatamente para evitar ser descubierto. Pocos minutos después, el hidrófono captó unas explosiones. Eso significaba, impacto directo. El C-3 se llevó consigo 37 almas a bordo, incluida la de su comandante, dejando en el agua a tres supervivientes. La Operación Úrsula, por fin se cobraba su primera y última víctima. Grosse, por su parte, sería condecorado.
A pesar de que la prensa republicana responsabilizó del acto a un submarino extranjero, la investigación gubernamental declaró que había sido una explosión interna, aunque con la caída de Málaga en manos nacionales en febrero de 1937, las investigaciones se paralizaron. Además, los franquistas declararon que el C-3fue puesto de vuelta en activo y el C-5, que desertó, para intentar camuflar descaradamente la compra de dos submarinos a Italia.
Por lo tanto, el destino del C-3 sería un misterio, hasta que Antonio Checa encontrara en 1997, los restos de un submarino partido en dos a 67 metros de profundidad, que al año siguiente la Armada Española identificaría como los del C-3.
Gracias a su descubrimiento, las investigaciones actuales han podido determinar que el torpedo lanzado impactó sin detonar, provocando la explosión de las baterías, cuyos ácidos incendiaron el submarino, echándolo rápidamente a pique.
Conclusiones
En resumen, la lamentable pérdida del C-3, sumaba otra baja a la diminuta flota submarina republicana, que de sus doce navíos al principio de la contienda, celebraría el año nuevo, con sólo ocho.
Unternehmen Ursula, por su parte, al igual que los cientos de actos de piratería submarina germano-italianos que se sucederían impunemente hasta su cancelación a principios de 1939, tuvo un éxito parcial, al permitir a la Kriegsmarine corregir los fallos detectados, sobre todo los de los torpedos, y apostar por la fabricación en cadena de los robustos y fiables tipo VIIa, y que se convertirían en la espina dorsal de la U-bootwaffe en la Segunda Guerra Mundial.
Por lo tanto, es posible que sin estas acciones, el número de victorias de los U-boot durante la primera etapa de la Batalla del Atlántico sería mucho menor, al no haber experimentado previamente sus armas en situaciones reales de combate.
Por último, a pesar de que dicha operación constituía una clara declaración de guerra hacia el gobierno legítimo español, con su secretismo se pretendía evitar una declaración de guerra por parte de Francia y Reino Unido, quienes cínicamente, gracias a la farsa del Comité de No Intervención, decidieron el ulterior y fatal destino de la Segunda República.
Autor: Frank Mark Mora Castillo para revistadehistoria.es
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