La imagen de la victoria absoluta no podía distar más de aquella que se ha mostrado hasta la saciedad en las películas. A mediados de octubre de 1939, el sumergible U-47 hizo su entrada en Alemania tras haber partido de Kiel el día 8. Después de casi dos semanas en el mar, de su interior emergió un puñado de hombres sudorosos que lucían con orgullo una incipiente barba; signo distintivo de los submarinistas germanos una vez terminada la travesía. Entre ellos se hallaba el Kapitänleutnant Günther Prien, el hombre que acababa de acometer una de las gestas navales más grandes de la Segunda Guerra Mundial.
El Toro, como le apodaron sus hombres por la bravura demostrada en el Canal de la Mancha, fue recibido como un héroe. Y con razón. Prien se había zambullido con su U-Boot en aguas inglesas hasta llegar al imponente puerto de Scapa Flow para, sin ser visto, hacer estallar al acorazado británico «HMS Royal Oak». El objetivo: demostrar al enemigo inglés que no existía lugar seguro para protegerse de los submarinos del Tercer Reich. La misión, calificada por muchos como suicida, le valió ser recibido en Wilhemlshaven por Erich Raeder(Gran Almirante de la Kriegsmarine), Karl Dönitz (jefe del Arma Submarina) e, incluso, por un asombrado Adolf Hitler.
El Führer, receloso en principio en lo que respecta a la guerra submarina, invitó a Prien y a su dotación a visitarle en su avión personal y, después, también a cenar. Además, condecoró al Toro con la Cruz de Hierro de Primer Clase y la recién creada Cruz de Caballero. Sobre la gesta escribió de forma amplia en sus memorias el mismo Dönitz, arquitecto de una operación que él mismo tildó de poco plausible: «La misión fue cumplida por Prien con entera exactitud, sobresaliente capacidad y ejemplar prudencia. […] La llevó a cabo de forma audaz». Hasta los británicos reconocieron, en una obra histórica elaborada poco después de la Segunda Guerra Mundial, «el valor y la decisión» de este militar.
La de Scapa Flow fue la gesta que hizo saltar a la fama a Prien, un marino experto que se había unido al Partido Nazi en 1932 y que, como otros tantos, se fogueó en la Guerra Civil española mediante una infinidad de patrullas submarinas. En agosto de 1937, cuando el Toro no era más que un mero becerro, fue desplegado en aguas peninsulares en el U-26 como Primer Oficial de Guardia. ¿Su misión? Sobre el papel, asegurarse de que los buques ingleses cumplían el tratado de no intervención que el mismo Tercer Reich había violado en tantas ocasiones. Ya en el terreno de la realidad, entrenar a las tripulaciones de sumergibles para el conflicto que se avecinaba.
Nazi en España
Günther Prien, futuro as de ases de los submarinos nazis, vino al mundo en Osterfeld (Alemania) el 16 de enero de 1908. Tal y como explica el popular divulgador Gordon Williamson (especializado en los U-Boote) en «Knight’s Cross and Oak-Leaves Recipients, 1939-1940», su carrera naval comenzó cuando se unió a la Marina Mercante a los 15 años. Trabajador desde la adolescencia, ascendió de forma fulgurante desde el puesto de grumete hasta el de capitán, que logró abrazar tan solo ocho primaveras después. Su nuevo cargo le permitió servir como cuarto oficial en grandes buques de pasajeros y foguearse en las labores del mar. Por desgracia para él, en 1932 su carrera se vio truncada cuando, como otros tantos compatriotas, fue despedido a causa de la terrible situación económica que atravesaba el país.
Aunque a grandes males, otros tantos remedios. Ese mismo año, el ya veterano oficial se unió a la Reichsmarine como mero marinero para seguir ligado a las aguas y, una vez más, su carácter le granjeó un ascenso tras otro. En 1935 solicitó y recibió el traslado a la nueva flota de submarinos; un Arma que potencias europeas como Gran Bretaña consideraban accesoria, pero a la que Dönitz buscaba otorgar un papel preponderante en los conflictos futuros. «Yo creía firmemente en la capacidad combativa de los submarinos. Los consideraba un medio excelente de ataque en la guerra naval, sobre todo como portadores de torpedos», recogió en sus memorias el entonces jefe del grupo.
Cuando comenzó la Guerra Civil española, Prien formaba parte de la tripulación del U-26, a las órdenes de Werner Hartmann. Este submarino no participó en la llamada Operación Úrsula, la llegada secreta a aguas peninsulares de dos Unterseeboot (el U-33 y el U-34) con órdenes de apoyar a la armada franquista a golpe de torpedo. Pero sí se nutrió de los conocimientos que sus dos comandantes, Kurt Freiwald y Harald Grosse, adquirieron al enfrentarse a los bajeles de la Segunda República. Al menos en lo que se refiere a acechar al enemigo y discernir los problemas que podían surgir bajo el mar, pues apenas destruyeron naves contrarias. De hecho, la misión más exitosa fue el hundimiento del sumergible gubernamental C-3 en un raudo golpe de mano.
Prien fue enviado a aguas españolas después de que, por miedo a que la comunidad internacional descubriera la participación de sus submarinos en la Guerra Civil, el gobierno alemán diera por finalizada la Operación Úrsula. A partir de entonces, el U-26 y otros tantos sumergibles del Tercer Reich se dedicaron, según explica Lawrence Paterson en «First U-Boat Flotilla», a patrullar durante semanas las aguas peninsulares. «Esta vez formaban parte de la fuerza multinacional de “mantenimiento de la paz”. Hicieron cumplir la ley de la no intervención de potencias extranjeras».
Su misión oficial solo puede ser calificada como una farsa total. Y es que, era orquestada mientras la Legión Cóndor colaboraba de forma estrecha con el ejército franquista. En la práctica, la excusa permitió a Prien y a sus colegas tomar datos exhaustivos sobre los navíos ingleses, entrenar a sus tripulaciones, practicar las técnicas de sigilo y ocultación y, entre otras tantas cosas, investigar su la nueva estrategia de «manadas de lobos» podía ser o no eficaz. «Cuando terminó la Guerra Civil, 15 submarinos distintos habían realizado 47 patrullas alrededor de la costa española», añade el experto. El futuro Toro de Scapa Flow, por su parte, se ganó la fama de oficial intrépido y aguerrido al obtener siempre una alta puntuación en los ejercicios de adiestramiento.
Pero fue el 1 de septiembre de 1939 cuando, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Prien inició su particular caza submarina; y lo hizo ya como comandante del U-47, un Tipo VIIB. Desde el principio, el oficial supo satisfacer la obsesión por hundir mercantes que mostraban sus superiores. El 5 de septiembre torpedeó su primer bajel enemigo, el carguero británico «Bosnia», frente al gallego Cabo Ortegal. Antes, eso sí, permitió que la tripulación adversaria evacuase el navío y se pusiese a salvo. No se perdió una sola vida a pesar de que Prien era miembro del Partido Nazi. Algo que corrobora, como han explicado decenas de autores, que la Kriegsmarine era una de las ramas menos ideologizadas del Tercer Reich.
Plan desquiciado
Ya en los meses iniciales de la Segunda Guerra Mundial, Prien recibió el que fue su encargo más importante durante todo el conflicto. El arquitecto del mismo fue Dönitz, obsesionado con demostrar a Hitler el poder del Arma Submarina y, así, obtener más y más Reichsmarks para construir U-Boote. Este barruntó que, si uno de sus pececillos era capaz de acceder al interior de Scapa Flow, la principal base de la Royal Navy ubicada en las islas al norte de Escocia, y acabar con algunos de los buques más imponentes de Inglaterra daría un golpe de la mesa difícil de olvidar para los Aliados. Así lo explicó en sus memorias:
«Desde el comienzo de la guerra me daba vueltas en la cabeza la idea de intentar una operación submarina contra Scapa Flow. El recuerdo de los fracasos de los dos intentos similares del capitán de fragata Von Hennig y del teniente de navío Emsmann en la Primera Guerra Mundial, así como sus grandes dificultades marineras y de navegación, me hicieron desistir en principio».
Lo suyo no era miedo, sino cautela. A pesar de que la base contaba con varias entradas, la única practicable para un U-Boot era la oriental, llamada Kirk Sound(dentro, a su vez, de Holm Sound), donde los ingleses habían hundido varios bajeles para evitar una amarga sorpresa submarina. El comandante dispuesto a acometer la tarea tendría, por tanto, que navegar con sumo cuidado en la zona para no chocar y marcharse hasta el fondo del canal. Y todo ello, evitando los destructores enemigos y combatiendo a brazo partido contra las molestas y fuertes corrientes de la región. Dönitz hizo especial hincapié en este último punto:
«Las dificultades consistían, sobre todo, en la extraordinaria convergencia de corrientes de Scapa: […] allí, la corriente alcanza una fuerza de 10 millas por hora. Como la mayor velocidad bajo el agua de un submarino, y eso bajo tiempo limitado, solo es de 7 millas por hora, estaba claro que el sumergible podía allí ser arrastrado bajo el agua por aquella corriente si caía dentro de ella, sin que pudiera hacer nada luego para liberarse. Evidentemente, teníamos que suponer que los accesos a la base estarían interceptados con redes, minas y puntales de bloqueo, como así mismo que la vigilancia sería extrema».
Las dudas se le disiparon, en parte, después de que el U-16 y la flota aérea le confirmaran que había una ingente cantidad de navíos enemigos y material fondeado en Scapa Flow y le entregaran un mapa completo de las defensas y de las corrientes de la zona. Tomada la decisión, le propuso al plan a Prien, un joven oficial que ya había demostrado de lo que era capaz. «A mi parecer, reunía para la empresa las necesarias cualidades militares y las aptitudes marineras que eran precisas. Le di los antecedentes del plan y le dije que quedaba en libertad de aceptar o rehusar». Hizo lo primero y, el 8 de octubre, salió de Kiel para perpetrar una operación que le exigía sigilo. Ser descubierto equivalía a la muerte.
Gesta en Scapa Flow
Los pormenores de la misión fueron explicados por el mismo Prien y, luego, difundidos por divulgadores de la talla de Harald Busch, autor de «Así fue la guerra submarina» y también marinero de la Kriegsmarine en la Segunda Guerra Mundial. Cuenta este último que, cuando el comandante llegó a su objetivo, las islas Orcadas, se topó con el primer inconveniente en su viaje: la luz de una aurora boreal. Como necesitaba oscuridad total para acometer su tarea sin ser cazado, se le planteó la disyuntiva. ¿Atacar o retirarse y esperar? Al final optó por la valentía y, en la noche del 13 al 14 de octubre, bordeó la isla principal por el sur y pasó, en superficie, por la entrada.
Busch lo describió así: «Con fuertes metidas de caña, Prien gobernó al U-47 con gran pericia, navegando en superficie a través del estrecho canal de Kirk Sound. […] El submarino pasó rozando el casco de uno de los buques hundidos y penetró sin novedad en Scapa Flow». Libre, dirigió sus hélices al sudoeste, pero ante se planteó la desgracia: ¡El puerto estaba vacío! La flota, al percatarse de los continuos vuelos de reconocimiento de la Luftwaffe, había partido para evitar algún que otro disgusto. La fortuna, con todo, no fue esquiva del todo con él y, al poco, vio que todavía había algunos navíos amarrados: el pesado y contundente acorazado «Royal Oak» (de 20 cañones y otros 20 antiaéreos) y el portaaviones «Pegasus».
Todo ocurrió a la velocidad del rayo. Existe controversia sobre el número de torpedos que lanzó, pero lo que se sabe con certeza es que, con dos andanadas y en un intervalo de veinte minutos, mandó al fondo del mar al «Royal Oak» y acabó con la vida de 883 personas. También dañó al «Pegasus», al que confundió con otro bajel llamado «Repulse» y sobre el que los ingleses no informaron en las jornadas posteriores. Prien explicó de la siguiente guisa el ataque en su informe:
«Entrada por el Holm Sound con grandes dificultades. Muy poco espacio entre barcos hundidos, fuertes atados de cables, teniendo que remontar la corriente de 10 millas por hora. Ninguna vigilancia en el Holm Sound. De la flota, solo el Repulse y el Royal Oak delante de Scapa. Primer lanzamiento, blanco en el Repulse. Segundo lanzamiento poco después, dos torpedos cortos. Tres blancos en el Royal Oak. El barco vuela por los aires al cabo de pocos segundos».
Si hasta ese momento la misión parecía un suicidio, la segunda parte fue todavía peor. Tocaba salir a toda velocidad de allí sin ser descubierto por la luz de los incontables proyectores que buscaban ávidos entre las aguas. Prien, como tenía planeado, se pegó a la costa para que la silueta del U-47 se confundiera con la de una montaña. La tensión iba en aumento cuando, para su incredulidad, discernió en la lejanía dos destructores, uno de los cuales se dirigía hacia él a toda máquina. ¿Le había visto? Busch lo explicó así:
«La luz de tope del destructor estaba cada vez más cerca. Por la cercana carretera de la costa, un camión que corría a toda velocidad paróse de repente y enfocó sus brillantes faros hacia el casco gris y la torreta del submarino. De pronto se dio media vuelta y se fue por donde había venido. […] Prien, desde el puente, se preguntaba qué es lo que iba a ocurrir. El submarino avanzaba lentamente, la corriente era muy fuerte».
La suerte abrazó aquel día al germano. Casi por arte de magia, el destructor, como había hecho el vehículo minutos antes, dio la vuelta y se fue por donde había venido. Él, ya con la tranquilidad de saberse por el momento a salvo, cruzó de nuevo la barrera de barcos. El viaje de regreso fue tranquilo y, cuando llegó a Alemania, fue recibido como un héroe. Su triste gesta fue conocida en medio mundo y hasta los enemigos del Reich la definieron como una verdadera heroicidad.
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