Francisco Maceira | En enero de 2003 (poco antes de la triste reunión de descerebrados en las Azores) el dominical «El Semanal» publicó un artículo sobre el submarino C3. Leerlo me produjo una mezcla de pena y de indignación. También me recordó que años antes (en 1998) estando embarcado en el Buque de Aprovisionamiento y Combate "Patiño" e integrado en una fuerza naval encabezada por el portaeronaves «Príncipe de Asturias» le rendimos honores al malogrado submarino.
Mi afición literaria me empujó a escribir «Los mismos bastardos» que la misma revista publicó en febrero de ese año y premió con una pluma de oro.
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El 12 de diciembre de 1936 el submarino republicano C-3 se hundió en aguas del Mar de Alborán, a cuatro millas de Málaga. Mejor dicho, lo hundió un torpedo lanzado desde el submarino alemán U-34, en la denominada operación “Úrsula”. Una operación secreta que beneficiaba tanto al bando rebelde como a Hitler, que así podía adiestrar a sus famosos “lobos grises” en el lanzamiento de torpedos contra la flota republicana. Aunque los primeros lanzamientos del “Poseidón” (nombre en clave del submarino alemán U-34) contra destructores republicanos no habían sido satisfactorios, el C-3 no tuvo la misma suerte.
La dotación la componían 40 hombres y solo hubo tres supervivientes. El resto todavía descansa dentro del pecio, a 70 metros de profundidad, en el lugar que los pescadores conocen como el “Bajo del Submarino”. Surgieron diversas versiones sobre el siniestro. Como la que afirmaba que el mando republicano que ordenó salir a navegar al C-3 era un traidor. Que sabía que los alemanes lo estaban acechando y que en el deplorable estado en que estaba, sin electricidad para sumergirse y con un motor renqueante (el otro estaba a reparar en Almería) se convertiría en un blanco seguro. También se barajó la hipótesis de que dada la escasa potencia de la explosión (la mayoría de los testigos coinciden en esto) no hubiera sido torpedeado. Que el hundimiento fue por otras causas y lo que hubo fue una reacción química del ácido de las baterías en contacto con el agua del mar.
Es deber del Gobierno rescatar el submarino C-3. Para que su dotación pueda descansar en paz y restaurar su dignidad
Pero el mensaje que el comandante del U-34 envió ese mismo día al mando alemán no deja lugar a dudas sobre las causas del naufragio: “Hundido submarino rojo tipo C frente a Málaga”. El silencio y oscurantismo que rodeó el caso hizo que las familias pasaran años sin saber qué había sido de los suyos y convirtió al C-3 en un submarino fantasma. Fue en 1996 cuando unas manchas de aceite y gasoil (todavía hoy en día afloran a la superficie) guiaron a un pescador deportivo hasta el lugar exacto donde reposa el pecio. En el año 1998, 62 años después del hundimiento, una formación de buques de guerra, encabezada por el portaeronaves “Príncipe de Asturias”, rindió por primera vez en la historia honores al C-3. Un gesto significativo, aunque insuficiente para estos héroes de nuestra Armada. Tenemos la obligación moral de reflotar el submarino. No solo como parte de nuestra historia, sino también para intentar compensar a unas familias que han sufrido durante toda su vida el estigma de ser viudas y huérfanos de “rojos”. Unas familias que nunca han podido dar sepultura a sus seres queridos, ante la pasividad e incomprensión del Ministerio de Defensa. No olvidemos que son marinos de guerra españoles y que perdieron sus vidas defendiendo a su país. Por eso, es deber del Gobierno Español rescatar el submarino C-3. Para que su dotación pueda descansar en paz y restaurar su dignidad. O, mejor dicho, para devolvérsela a los que nunca la han perdido.
Francisco Maceira, Contramaestre de la Armada retirado.
Submarino C3 navegando
Submarino C-3 atracado en Venecia
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