Hace algún tiempo tratábamos en un artículo la gesta del submarino Tritón: la primera circunnavegación submarina del globo, llevada a cabo en 1960 bajo el nombre en clave de Operación Sandblast. La idea era demostrar a la Unión Soviética las capacidades de la fuerza de submarinos de propulsión nuclear con la que Estados Unidos empezaba a dotarse. Seis años después, un grupo de submarinos de la flota soviética se hacía a la mar para emular la hazaña del Tritón. La navegación no era, en realidad, una circunnavegación, pues su derrota les llevaría desde la península de Kola, en el Mar de Barents, a Kamchatka, en el NW del Océano Pacífico; pero serviría para demostrar al mundo (y a Moscú) las excepcionales capacidades de los submarinos de propulsión nuclear.
La operación se desarrolló bajo la supervisión del Contraalmirante Anatoly Ivanovich Sorokin, que ejecutó los planes del Almirante Chernavin (que posteriormente sería sucesor del padre de la renovada y oceánica Flota Roja, Sergey Gorshkov, que ocupó este puesto durante 29 años) y que comprendía ese movimiento entre bases de dos submarinos nucleares soviéticos: el K-133, de la clase November y bajo el mando del Capitán de Fragata Vinogradov, y el K-116, de la clase Echo, bajo el mando del Capitán de Fragata Stolyarov. Estos dos submarinos pertenecían a las primeras unidades de propulsión nuclear en servicio en la flota soviética, a las que acompañaba un trágico registro de accidentes.
El grupo de submarinos se hizo a la mar el 1 de febrero de 1966, acompañado del buque de rescate Polyus, que escoltaba la misión de los submarinos durante un tránsito que les llevaría desde el Mar de Barents y a través del Mar de Noruega y el Atlántico hasta el Cabo de Hornos, llegando al Océano Pacífico y arribando a su base en Vilyuchinsk el 26 de marzo del mismo año, tras más de 21000 millas náuticas navegadas y 52 días bajo la superficie.
La operación puso de relieve las excepcionales capacidades de los submarinos de propulsión nuclear. El Ministro de Defensa, Rodion Malinovsky, aprovechó su participación en el 23º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética para anunciar el éxito del K-133 y el K-116.
La noticia fue recibida con gran entusiasmo en la URSS, e incluso medios occidentales como el New York Times se hicieron eco de la gesta del grupo de Sorokin, a través de relatos de la prensa soviética. Tanto él como los Comandantes de los Submarinos recibieron el título de Héroes de la Unión Soviética.
Para la fuerza submarina soviética, el K-133 y el K-116 se habían convertido en los catalizadores de la que fuera la mayor fuerza de submarinos de la Guerra Fría, con capacidad para interrumpir el tráfico marítimo entre los Estados Unidos y sus aliados en Europa en caso de conflicto. Los submarinos de propulsión nuclear habían demostrado sus capacidades oceánicas, y en 1969 se convertirían en un elemento indispensable de la capacidad de disuasión nuclear de Moscú, con la entrada en servicio de la muy capaz clase Yankee.
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