Artes y Letras
El Mercurio
"Lusitania: el hundimiento que cambió el rumbo de la historia", del escritor estadounidense Erik Larson, ya lleva más de cinco millones de copias vendidas en todo el mundo desde su aparición el año pasado. Su estilo narrativo y descarnado para relatar la tragedia del famoso barco inglés durante la Primera Guerra Mundial, explicaría su éxito. Larson revela con claridad que no fue un hecho tan casual ni sorpresivo, al menos para la inteligencia militar.
El 7 de mayo de 1915, el submarino alemán "U-22" hirió con un impacto de torpedo al RMS "Lusitania", un enorme y muy reputado buque de pasajeros inglés, cerca de la costa de Irlanda. El barco comenzó a desequilibrarse hacia estribor, perdiendo velocidad pero sin detenerse. Fue necesaria una segunda explosión para que el "Lusitania" se alzara sobre sí mismo y se precipitara al fondo del océano en menos de veinte minutos. Sorprendido, el capitán del submarino preguntó a su artillero si había sido un segundo torpedo el causante de la explosión, pero este lo negó: su segundo proyectil había fallado. El capitán asumió que se trataba de un fallo en el sistema de calderas del barco, el que habría colapsado al comenzar su inundación. Y estuvo casi en lo correcto, salvo por un detalle: fue un cargamento de municiones y explosivos lo que ocasionó el desplome de las calderas, arsenal que iba dirigido a alimentar las reservas del ejército británico.
De los 1.959 pasajeros del "Lusitania", solo 764 sobrevivieron. De entre las víctimas se contaron 123 norteamericanos, lo que dio inicio a una reacción en cadena que culminaría con la integración de Estados Unidos al bando aliado, lo que dio un giro definitivo al devenir de la Primera Guerra Mundial.
Esta historia es la que narra con lujo y detalle el escritor norteamericano Erik Larson en su libro "Lusitania: el hundimiento que cambió el rumbo de la historia", obra que ya lleva más de cinco millones de copias vendidas en todo el mundo. Mezclando la enumeración de datos con la recreación histórica y algunos pasajes novelados, Larson va reconstruyendo cronológicamente el último viaje del "Lusitania". Pero como estos eventos nunca son simples, el autor optó por dividir la acción en varios "frentes". Es así como los capítulos saltan del trágico viaje del barco a la diplomacia norteamericana, pasando también por las entrañas de las maquinaciones políticas que se llevaron a cabo. Este último aspecto es quizás el más revelador, debido más que nada a la lucha estratégica que llevaron a cabo Gran Bretaña y Alemania, donde el "Lusitania" aparece como parte de una trágica herramienta en los objetivos de la inteligencia militar.
La habitación 40
Winston Churchill, el célebre político y líder militar británico, había asumido como jefe de la flota real británica en 1911, cargo que continuó ejerciendo luego del asesinato del archiduque Francisco Fernando y la posterior declaración de guerra del imperio Austrohúngaro que dio origen a la Primera Guerra Mundial. Experimentado, seguro de sí mismo y bastante enérgico, fue famoso por supervisar personalmente todas las tareas que fuera capaz dentro del almirantazgo; de las más importantes, a algunas de lo más rutinarias. Una de sus principales preocupaciones fue la "Habitación 40", unas oficinas instaladas al final de un largo pasillo dentro del edificio que alojaba el cuartel general de la Armada inglesa. Su ubicación alejada y oculta se debía a su función como unidad secreta de inteligencia avanzada, dedicada casi exclusivamente a la interceptación y decodificación de los mensajes y transmisiones enemigas. Dentro de estas, a ninguna se le prestaba mayor atención que a las que enviaba Alemania, debido a que había adquirido un poder naval inquietante durante los años previos a la guerra, amenazando la hegemonía inglesa de los mares.
No está bien claro cómo obtuvieron los códigos para descifrar los mensajes germanos -Larson plantea una serie de hipótesis no comprobadas, como que los rusos las consiguieron al hundir un buque alemán, cuyo capitán murió con el libro de códigos aferrado a su pecho-, pero el conocer una parte del plan del enemigo le daba a Gran Bretaña una invaluable ventaja. Una parte no menor de esto consistía en realizar un exhaustivo seguimiento a las coordenadas de los submarinos alemanes, debido a que estos se estaban convirtiendo en la principal razón por la que los barcos ingleses no podían maniobrar a sus anchas. Un submarino en específico, el "U-22", suscitaba un particular interés en la "Habitación 40", debido tanto a su osadía como a su peligrosísima eficacia. Esta nave era dirigida por el capitán Walter Schweiger, quien cerca del final de la guerra fue reconocido en su país como uno de sus principales capitanes, al hundir un sinfín de barcos ingleses y norteamericanos, incluyendo al "Lusitania". A pesar de esto, Schweiger era famoso entre la Armada alemana por su buen humor y amable temperamento, el que se veía representado más que nada en la relación que tenía con su tripulación, a la que trataba con mucha consideración y simpatía. A tal grado llegaba esto, que cuando un navegante avistó a una serie de perros Dachshund nadando en torno a un barco recientemente hundido, el capitán accedió a acercarse para rescatarlos; incluso dejó a uno como mascota oficial del "U-22". A pesar de esto, su buena voluntad no se extendía a sus víctimas.
Como eran máquinas absolutamente novedosas, los operarios de los submarinos solían tratar con una mezcla de respeto y admiración sus naves. Esto incluía una constante actualización de cada movimiento u operación que llevaban a cabo, a la base en tierra firme. Nadie era más respetuoso de estos sistemas que el capitán Schweiger, lo que se traducía en que la "Habitación 40" solía tener un registro bastante claro de su paradero. Es por esto que cuando se acercó solo a las costas de Irlanda, merodeando una zona por la que transitaban más que nada buques mercantes o de pasajeros, el almirantazgo no supo bien qué se traía entre manos. Salvo al parecer por el mismo Churchill. Se conoce una carta suya firmada poco antes de los acontecimientos que decía: "Es muy importante atraer buques neutrales a nuestra costa, con la esperanza de enemistar a Estados Unidos con Alemania". Estaba dirigida al jefe de la Cámara de Comercio de Inglaterra.
El fin de la neutralidad
Antes de que el "Lusitania" zarpara desde Nueva York hacia el puerto de Liverpool, la embajada alemana en Estados Unidos hizo publicar en los diarios norteamericanos más importantes un artículo. En este advertía a los pasajeros que el trayecto del barco pasaba por aguas que se consideraban zona de guerra. Como además era de fabricación inglesa, el "Lusitania" era un blanco susceptible de ser atacado. Si a esto se le suma la información que manejaba la "Habitación 40", se vuelve aun más curiosa la completa falta de protección que la Armada británica prestó a su barco de pasajeros más grande y lujoso. Justificándose en un posible ataque fulminante de toda la flota alemana, Churchill desistió de enviar buques destructores para escoltar al "Lusitania", argumentando que era necesario todo el poderío de la Armada para hacer frente a un ataque de estas magnitudes. Un argumento similar fue esgrimido cuando la alerta de socorro empezó a llegar a puertos británicos, la que incluso fue interpretada en algunos casos como una falsa alarma, cuyo fin era atraer a la mayor cantidad de buques a una trampa llena de submarinos alemanes.
A pesar de todas estas conjeturas, la verdad es que el "U-22" se retiró rápidamente luego de su ataque al "Lusitania". Apenas vio la cantidad de personas que caían al agua, seguido por la nube de gaviotas que empezaban a sobrevolar los restos, Walter Schweiger ordenó que el submarino abandonara la escena. Cuando volvió a tierra firme, comentó a un amigo que a pesar de haber hundido el barco más importante de la flota comercial británica, no se sentía orgulloso de sí mismo.
Apenas llegaron a la Casa Blanca las noticias del ataque al "Lusitania", el presidente Woodrow Wilson se vio en una posición compleja. La muerte de varios ciudadanos norteamericanos no era algo que podía ignorar. Sin embargo, su resolución, bajo el apoyo de gran parte de su pueblo, fue la de mantenerse al margen de la guerra. Esto no cayó nada bien en oídos británicos, debido a que una agresiva campaña marítima puesta en marcha por Alemania a comienzos de 1917 estaba haciendo estragos en su flota; si la situación continuaba, Gran Bretaña se vería obligada a capitular antes del fin de año. Churchill estaba desesperado. En los años que siguieron al ataque al "Lusitania", los submarinos alemanes siguieron hundiendo con impunidad buques mercantes, varios de ellos con pasajeros norteamericanos, lo que era respondido por la Casa Blanca con una serie de reclamos hacia el gobierno alemán, pero ninguna acción concreta.
Por suerte para el líder del almirantazgo, la "Habitación 40" acudió en su rescate al interceptar un curioso mensaje alemán, dirigido a su embajada en México. "Hagamos la guerra juntos, para que hagamos la paz juntos", decía el mensaje, instando a México a bloquear una eventual entrada de Estados Unidos al conflicto. A cambio, Alemania prometía ayudarlos a recuperar los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona. En un principio dudaron de la veracidad del mensaje: era una estrategia demasiado directa y arriesgada de parte de Alemania, además de que bastaba un desmentido público para invalidar el documento. Luego de una serie de cavilaciones, los británicos resolvieron hacérselo llegar a los periódicos estadounidenses más importantes. La publicación del mensaje, sumado al reconocimiento formal de este por parte de Alemania -lo que evidenciaba además su confianza en la inminencia de la victoria-, causó una reacción instantánea por toda Norteamérica, concluyendo en la firma de la declaración formal de guerra de parte de Wilson.
Un par de días después, los primeros buques estadounidenses zarpaban para socorrer a la Armada británica, justo como Churchill lo había vislumbrado desde un principio.
El RMS "Lusitania" era el barco de pasajeros más grande y rápido de su época. Su hundimiento impulsó a Estados Unidos a la guerra.
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