Aunque la leyenda de los Kamikazes (vientos divinos) hace referencia a dos poderosos tifones que destruyeron la flota mongola cuando en el siglo XIII intentaron conquistar Japón, normalmente los relacionamos con aquellos pilotos suicidas de la Armada Imperial Japonesa que se lanzaban contra las unidades o instalaciones aliadas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero también hubo otros suicidas, menos conocidos, y que actuaban bajo el agua… los Kaiten y los Fukuryu.
Con la entrada del Ejército Rojo en Berlín los estadounidenses pudieron centrarse en el frente del Pacífico Sur y aunque pronto se impuso su incontestable superioridad por aire y por mar, sabían que deberían conquistar isla por isla y palmo a palmo. Ante aquella situación, los japoneses tomaron medidas desesperadas: crearon la Tokubetsu Kōgekitai o Tokkotai (Unidad de Ataque Especial) bajo la supervisión del capitán Shintani. Para esta unidad se reclutaban jóvenes (exceptuando primogénitos, hijos únicos y huérfanos) que se sacrificarían por su patria en dos tipos de ingenios suicidas: los Kaiten y los Fukuryu.
Los Kaiten eran torpedos modificados para incluir un habitáculo donde se incrustaba un piloto cuyo destino era morir o morir, ya fuese por la explosión o por la falta de oxígeno… el habitáculo se sellaba desde fuera. Se lanzaban desde un buque nodriza y el piloto debía guiar el torpedo para hacerlo explotar contra los buques estadounidenses. Se cuenta que el inventor del Kaiten, el teniente Hiroshi Kuroki, se perdió durante una de las primeras misiones de entrenamiento y cuando se recuperó el torpedo, junto a su cuerpo, se encontró una nota de despida a su familia… y la solución para subsanar el error que había provocado su muerte.
Los Fukuryu eran una mezcla entre los buzos que saboteaban los barcos fondeados y las minas submarinas, los buzos suicidas. El método frecuente de defensa en las islas del Pacífico era minar su perímetro, pero estas minas estáticas eran fáciles de detectar y, por tanto, de evitar. Así que era mucho más eficaz una mina en movimiento que fuese hacia el barco y no al revés. Estos buzos estaban equipados con una caña de bambú de unos 5 metros de largo y al final de ella un bomba de unos 15 kg que debían pegar en el casco de los barcos y hacerla explotar. Al igual que los Kaiten, la escafandra de los buzos también estaba atornillada y por ello su muerte asegurada. Por suerte para aquellos jóvenes, no se llegó a utilizar en combate porque todavía estaba en fase de pruebas cuando llegó la rendición de Japón. Eso sí, hubo varias muertes durante las pruebas.
Fuente: ¡Fuego a discreción! - Javier Sanz para Historiasdelahistoria.com
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