Un submarino Typhoon, cerca de la playa de Severodvinsk, en el norte de RusiaCuando el inventor holandés Cornelius Jacobszoon Drebbel construyó, en 1620, el primer sumergible movido por remos, ni se imaginaba que aquel sencillo artilugio terminaría evolucionando hasta convertirse, cuatro siglos después, en un mastodonte de hierro como el Typhoon, de 48.000 toneladas, 174 metros de longitud y capacidad para 160 personas. Tampoco lo pensaron el doctor Payerne (1844), Wilhelm Bauer (1850) o Lodner Phillips (1851), con sus malogrados aparatos submarinos de guerra o científicos. Ni el ingeniero catalán Narciso Monturiol, que, en 1859, probó su «Ictíneo» (o «nave-pez») en el puerto de Barcelona, propulsado aún por la acción de dos personas, que no llegó a alcanzar la potencia necesaria como para contrarrestar las corrientes marinas.
«Todos estos ensayos, aunque admirables ciertamente en nuestros días, solo han alcanzado a perfeccionar la antigua “campana de buzo”. […] Aunque son medios mecánicos verdaderamente ingeniosos y admirables, han carecido hasta ahora de la preciosa facultad del libre movimiento y traslación en el medio marino», explicaba el diario marítimo «El Lloyd Español», en su edición del 2 de noviembre de 1861.
Solo hubo que esperar tres años más para que el propio Monturiol inventara el considerado primer submarino, cuyo sistema de propulsión no era la tracción humana: el «Ictíneo II». A partir de entonces, científicos, ingenieros, inventores o Estados de todo el mundo han empleado ingentes recursos para desarrollar estos inventos del siglo XIX con fines bélicos, científicos o comerciales, algunos de los cuales han pasado a los anales de la historia ya sea por su tamaño, sus innovaciones, sus hazañas o sus misterios.
Los pioneros
El «Ictíneo II» de Monturiol, por ejemplo, fue revolucionario porque era propulsado por vapor. Contaba, además, con motor anaeróbico y resolvía el problema de la renovación del oxigeno en un contenedor hermético. Avances increíbles que hicieron que aquel aparato entrara en el Olimpo de los submarinos más importantes de la historia. Y eso, a pesar de que solo cuatro años después se convirtió en chatarra por problemas financieros.
Hubo otros dos submarinos pioneros que marcaron un antes y un después. En primer lugar, el inventado por Isaac Peral en 1888, que fue el primero en desplazarse debajo del agua mediante un motor eléctrico. Contaba con un casco de acero, podía sumergirse hasta una profundidad de 30 metros y moverse por medio de dos hélices de eje horizontal accionadas eléctricamente. Peral, que era también militar y realizó este proyecto para la Armada Española, incluyó en la proa un tubo lanza torpedos.
En segundo lugar, el «USS Nautilus», que, en 1955, fue el primer submarino nuclear y el primero que atravesó el Polo Norte por debajo del agua. Una hazaña lo suficientemente increíble como para marcar una transición importante en el desarrollo de estos aparatos, que pasaron de ser naves lentas a convertirse en buques capaces de alcanzar una velocidad por encima de los 40 km/h y mantenerse sumergidos durante semanas.
Submarinos «malditos»
Las dos guerras mundiales fueron momentos cruciales para la mejora de los submarinos, al incluir la propulsión diésel-eléctrica, artilugios como el periscopio o armas con una capacidad de destrucción desconocida, entre otras cosas. Pero no todos los submarinos se hicieron famosos por sus avances, sin por los sucesos extraños que padecieron. Es el caso del U-65, que nada empezar a construirse, al inicio de la Primera Guerra Mundial, comenzó a fraguar una leyenda negra encadenando una serie de muertes inexplicables entre la tripulación.
La primera víctima fue uno de los operarios, golpeado por una viga destinada a la cubierta de eslora. Tras ser lanzado al mar, en 1917, tres tripulantes murieron asfixiados en la sala de máquinas sin que nadie supiera porque no habían salido de ella, tranquilamente, por la puerta. Pocos días después, un marinero al que el capitán había ordenado inspeccionar la cubierta antes de la inmersión, con el mar en absoluta calma, comenzó a andar por el casco y se lanzó al agua junto al remolino de las hélices sin mediar palabra. Tras el «shock», el que empezó a conocerse como el «submarino maldito» comenzó a hundirse hasta tocar fondo sin ninguna explicación. Y doce horas después, cuando ya se daban por muertos, emergió solo. Por si fuera poco, cuando fue enviado al taller, uno de los torpedos explotó, matando a ocho personas. Tal fue el pavor que se generó, que la tripulación se negó a embarcar enfrentándose a un consejo de guerra, alegando que el submarino estaba embrujado. Pero no acabó ahí. Esa misma noche, apareció muerto un oficial con los brazos cruzados sobre la cubierta y, por la mañana, otro se suicidó. Como no podía ser de otra manera, el aparato tuvo un final igual de extraño, al estallar sin ser atacado cuatro meses antes de que acabara la Gran Guerra.
El Surcouf (N N 3) francés podría encuadrarse en el mismo grupo que el U-65, ya que desapareció sin dejar rastro en 1942. El informe oficial aseguró que fue embestido accidentalmente por un mercante estadounidense en el mar Caribe, pero nunca se llegó a probar del todo. Por lo menos, este sumergible tuvo el honor de ser el más grande del mundo al inicio de la Segunda Guerra Mundial y, también, uno de los primeros submarinos portaaviones que se construyeron en el periódico de entreguerras, que contaban con un hangar impermeable y una catapulta de vapor que podía lanzar y recoger uno o más pequeños hidroaviones.
Gestas de guerra
Uno que sí alcanzó la fama por sus gestas de guerra fue el U-30, ya que tuvo el dudoso honor de ser el primer submarino nazi que hundió un barco británico. Ocurrió solo tres días después de haberse iniciado la Segunda Guerra Mundial y su víctima fue ni más ni menos que el trasatlántico RMS Athenia, que llevaba a bordo más 300 civiles estadounidenses.
El USS Barb también alcanzó reconocimiento mundial por acciones de guerra destacadas, hasta el punto de ser contar su comandante con la Medalla de Honor del Congreso, máxima distinción al valor que otorga Estados Unidos, por haber sido capaz de abatir a una locomotora de vapor de 90.000 toneladas. Un trofeo de guerra del que no puede presumir ningún otro barco que participara en la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo lo hizo? El submarino emergió a unos 900 metros de la costa en la bahía Paciencia, frente a la ciudad japonesa de Karafuto, y ocho hombres desembarcaron rápidamente en pequeñas lanchas para colocar los explosivos en las vías férreas, mientras el submarino se escondía sigilosamente, sumergiéndose a profundidad de periscopio. Visto y no visto.
Typhoon, «una ciudad bajo el mar»
Desde que acabó el conflicto mundial, los submarinos nucleares han evolucionado tecnológicamente de una forma espectacular, alcanzando dimensiones, velocidades y características operativas nunca imaginadas. Tanto es así que, según muchos expertos, se han convertido en las armas más mortíferas, destructivas y peligrosas de la historia de la Humanidad.
Pero de entre todos, destaca un modelo creado por los soviéticos a principios de los 80: el Typhoon. Se trata del submarino nuclear más grande y poderoso del mundo, tanto que algunos lo han llegado a calificar como «una ciudad debajo del mar». Mide más de 170 metros de longitud y tiene hasta 17 metros de altura entre la torre y el timón de popa. Hasta la fecha no se ha construido ninguno que lo supere y, de hecho, está inscrito en el libro Guiness de los Records. Tan temido fue este durante la Guerra Fría que los estadounidenses trataron de crear un modelo parecido, modificando sus submarinos de ataque clase Los Ángeles, pero nunca consiguieron encontrar uno capaz de hacerle frente.
La lista es tan amplia como interesante. Podríamos incluir a otros submarinos cuyas hazañas o características llegaron a inspirar películas. Pero esos las dejaremos para el cine
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