En el verano de 1937, el Norte se desmoronaba; el 19 de junio caía Bilbao en manos de los rebeldes, un mes después le llegaba el turno a Santander. Destacados en el Cantábrico por Indalecio Prieto, los submarinos republicanos C-2 y C-4 evacuaban hacia Gijón a las autoridades civiles y militares. Dañados y averiados por los bombardeos sufridos en ese puerto, un mes después zarpaban de Gijón. El C-4 hacia Burdeos. El C-2 se dirigió el 26 de agosto hacia Brest para ser reparado.
Llegó al puerto bretón el 1 de septiembre, sin conocimiento de las autoridades francesas. Su comandante era el Teniente de navío José Ferrando Talayero, un joven apuesto de 29 años de escaso entusiasmo republicano, como la mayoría de los oficiales de Cartagena.
El Finisterre bretón recibió aquel verano un verdadero éxodo de huidos del Norte español, más de 5.000 personas a bordo de cargueros, pesqueros, yates y de todo lo que flotara. Con su gobierno del timorato frente popular, Francia estaba dividida ante el drama español. En ese contexto, el famoso Sifne, el espionaje franquista en la zona fronteriza, del que los periodistas Josep Pla y Carles Sentís eran colaboradores, apenas tardó dieciocho días en intentar hacerse con el C-2. El escritor bretón Patrick Gourlay, un profesor de enseñanza media autor de varios libros de historia local, ha dedicado su último libro, Nuit franquiste sur Brest, a aquel suceso. Un episodio, explica Gourlay, que tuvo un considerable impacto en la ciudad, y en Francia, pero cuya memoria sería enterrada por los mucho mayores desastres e impresiones, de guerra, ocupación, resistencia y liberación, que Francia viviría pocos años después.
"Descubrí el asunto en una historia de la Bretaña, una fugaz referencia, me interesó enseguida y quise saber más", explica. Gourlay se dio cuenta de que aquel episodio daba para algo más que un mero artículo de prensa y de ahí salió el libro. Su relato es una mezcla de novela de espías, folletín y crónica social.
A principios de septiembre el Sifne ya sigue el rastro de los dos submarinos de setenta metros de eslora, que formaban parte de una serie de seis construida en Cartagena con licencia americana a finales de los años veinte. Un apetitoso objetivo para los franquistas, que habrían tenido serios problemas si la República hubiera hecho buen uso de la flotilla de Cartagena en el estrecho. En cualquier caso, hacerse con esas naves en territorio francés era militarmente útil pero políticamente arriesgado para los rebeldes.
El protagonista de la operación fue el comandante Julián Troncoso, amigo de Nicolás Franco, militar africanista preso de Abd el Krim durante dieciocho meses tras el desastre de Anual, que había sido nombrado jefe del sector militar del Bidasoa. Su organización, que tiene una villa en Biarritz, es una especie de precursor de los GAL: en primavera de 1937 el grupo vuela una carga de motores de aviación para el gobierno republicano en el puerto de Burdeos, en junio, en el estuario de la Gironda, captura el petrolero Campoamor, cargado de combustible soviético para el Bilbao asediado. A Miguel Ibáñez, segundo de Troncoso, se le imputan atentados como el de la oficina de reclutamiento que la República tiene en Marsella.
El 4 de septiembre los hombres de Troncoso ya rondan al C-2 y a su tripulación en Brest. El comandante del C-4 Jesús Miguel Las Heras ya está en su órbita. Se utilizan los servicios de "la bella Mingua", una mujer fatal italoespañola asentada en Brest que reparte pasquines a los tripulantes del submarino prometiendo inmunidad y dinero si llevan la nave a zona rebelde. Se habla de dos millones de pesetas. La bella tienta a Ferrando, que mantiene contacto directo con Troncoso. La situación está cargada de ambigüedad y desconfianza. Hay familias en las zonas de unos y otros, donde se fusila con ligereza, "parece que se vigilaban entre ellos", dice Gourlay sobre la tripulación del submarino.
La CNT está al corriente de la situación, envía a un grupo a Brest desde Barcelona que se infiltra en el proyecto de Troncoso y establece contacto con los tripulantes considerados "seguros" del submarino. Se les advierte y se introducen armas para prevenir cualquier intentona.
El 18 de septiembre, cuando en el submarino solo hay 11 tripulantes (35 de permiso en la ciudad) Troncoso y sus hombres se acercan en una barca. Parece que el traidor Ferrando ha sugerido el día y la hora. El grupo se sirve de Las Heras, el comandante del C-4, para hacer ver que traen un mensaje del gobierno desde Asturias. Una vez a bordo, aparecen juntas la verdad y las pistolas.
La tripulación no coopera y es maniatada, mientras los franquistas intentan poner en marcha el submarino, demasiado averiado o saboteado para funcionar. Entonces ocurre lo imprevisto. El cabo de máquinas, Diego Angosto Hernández, veterano cenetista de 50 años y delegado sindical del C-2, se hace fuerte en la torreta con un revolver, lo que impide el acceso al puente de mando. Un joven falangista del comando intenta reducirlo a tiros pero recibe una bala en la cabeza. Angosto era uno de los que estaba al corriente del operativo a través de los informes de Manolo, el agente cenetista que infiltra a dos de sus hombres entre los asaltantes. A las tres horas estos huyen con el cadáver del donostiarra José María Gabaraín Goñi. Angosto acciona las sirenas, el puerto se despierta. El golpe de mano ha fracasado.
El comando de Troncoso está compuesto por una mezcla muy franquista de lumpen requetés, ultraderechistas franceses y dos marqueses de la más reciente nobleza hispana; Linares (Antonio Martín y Montis) y Miravalles, este último (Rafael Parrella) hace de chófer a Troncoso con su propio automóvil. A las 24 horas muchos han logrado pasar a España -entre ellos Troncoso que atraviesa la frontera de Hendaya en el portamaletas del coche diplomático del embajador argentino-, pero la mayoría son detenidos a 30 kilómetros de Burdeos, entre otros; Las Heras, Ferrando, su oficial de máquinas, y el francés Robert Chaix, uno de los jefes del Partido Social Francés (derecha nacionalista) en Biarritz.
Desde Irun, Troncoso telefonea jactancioso a la policía francesa y anuncia su visita para liberar a sus hombres. Una vez en territorio galo, el ministro del interior francés, el socialista Marx Dormoy, ordena su detención. "Será la guerra entre España y Francia", clama el africanista, mientras desde España se amenaza con enviar a 200 requetés para liberarle. El ministro no cede; "En Francia aún manda el gobierno francés", dice. Franco cierra la frontera y arresta al cónsul francés en Málaga.
En Brest y en toda Francia el escándalo divide al país. Le Figaro describe a los piratas fascistas como "audaces asaltantes". L'Humanite, el diario comunista, llama a "detener la intervención nazi-fascista en Francia". Prisioneros de guante blanco, los fascistas españoles son juzgados el 22 de marzo de 1938. La justicia francesa se inhibe en el caso del intento de toma del submarino. La prensa derechista francesa que durante meses ha presentado el caso como un "asunto entre españoles" que no concierne a Francia, logra imponer su tesis. Troncoso y dos colaboradores son condenados a cinco días firmes de cárcel y a seis meses -que ya han cumplido- por tenencia de armas, y salen en libertad cuatro días después. La izquierda considera la sentencia un escándalo.
Todos estos meses, mientras en Barcelona comunistas y anarquistas se tirotean (las jornadas de mayo de 1937), en Brest actúa un genuino frente popular en apoyo al submarino republicano, que une en la acción a gente de los bandos enfrentados en Catalunya, como el editor de Le Libertaire, René Lochu, anfitrión de Nestor Majno y su compañera Galia cuando el revolucionario ucraniano pasó por Brest en 1927, y el sindicalista Yves Labous, comunista y posterior inquilino del campo de concentración nazi de Buchenwald. Estibadores y obreros bretones del arsenal de Brest organizan campañas de solidaridad que incluyen tareas de vigilancia e información especialmente en la zona portuaria.
Cuando Gourlay ha presentado su libro la memoria de toda aquella movilización ha asomado. "En más de una ocasión han aparecido testimonios del público evocando la participación de sus padres en aquella red protectora", explica el autor.
En España Troncoso recibirá el mando de una brigada en la batalla del Ebro en la que la noticia de su muerte, luego desmentida, llegaría a la prensa francesa. No sólo sobrevivió al Ebro, sino que fue nombrado presidente de la Federación Española de Fútbol en 1939 por el general Moscardó, antes de ser adjunto de Santiago Bernabeu y procurador en Cortes. Murió en 1964.
El C-2 zarpó de Saint Nazaire ya reparado hacia Cartagena el 17 de junio de 1938, adonde llegó el 25 de agosto. Para entonces, su nuevo comandante era el soviético Nikolái Pávlovich, Equipko (probablemente una errónea transcripción del apellido Kipkó), alias Juan Valdés. El segundo oficial, también soviético, se llamaba Yégorov.
En marzo del año siguiente, cuando estalló la frustrada revuelta casadista-quintacolumnista en la base de Cartagena, el C-2 huyó hacia Mallorca con muchos sublevados a bordo y se entregó a los franquistas. Después de la guerra, la nave operó en la Armada franquista hasta 1951, cuando se hundió justamente mientras era remolcada de camino hacia su desguace.
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