Las campanas de inmersión fueron uno de los primeros recusos de los humanos para adentrarse en las profundidades marinas y enfrentarse a los mundos desconocidos. Basta recordar la leyenda medieval del descenso en el 325 a.C del gran Alejandro Magno en una urna de cristal para descubrir un mundo lleno de demonios, como la primera campana legendaria.
Básicamente las campanas se usaban para rescates o búsqueda de pecios con interés económico, ya en 1665 encontramos una referencia del uso de campanas para el rescate de materiles útiles en los barcos hundidos en Cadaqués y que aparece en una de las primeras revistas científicas, el Le Journal des Sçavaus.
No fue la primera, pero entre las campanas que se usaron en los principios cabe destacar el Hydrostat de Peyerne (1846). Era un artilugio de unas 10 Tm y de 9m de tamaño. Se encontraba abierta por debajo y se usaba en trabajos de construcción submarina.
Debida a la limitación de la profundidad por causa de la presión hidrostática (el agua sube dentro de la campana a medida que aumenta la profundidad al aumentar la presión del agua), Peyerne colocó aire comprimido en la parte superior, evitando la subida del novel del agua.
El siguiente paso fue hacer una estructura móvil con una hélice y un motor asociado a una máquina de vapor, pero no superó los intentos de navegabilidad y de estabilidad.
Nacho Padró
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